Ometepe

12 diciembre 2013

Por fin estoy en Ometepe. 2 conos volcánicos sobresaliendo del lago más grande de la zona, el Cocibolca, haciendo la isla volcánica más grande jamás vista en un lago. El volcán Concepción y el volcán Madera, tan juntos que están unidos por un istmo. 276 km2 de delicias.

El nombre de la isla deriva del Náhuatl, õme ‘dos’ y tepetl ‘montaña’. Mi experiencia general se resume en lo interesante de tener siempre la impactante presencia de un volcán casi encima, vigilándome y guiándome.



Gracias a las coincidencias y contactos, mis primeros días en la isla transcurrieron en Soma, un tranquilísimo hostel cerca de Moyogalpa (foco urbano), y del volcán Concepción. Una base para explorar esta parte de la isla y donde conocer a Johan, encargado del lugar y que me trataría como hermano, daría los mejores consejos, prestaría bicicleta y presentaría a sus amigos, imprescindible para pasar ratos felices como local, con locales, y sus risas.

El volcán Concepción se eleva a unos 1600m y tiene un diámetro de 36 km. En 2005 se puso bruto por última vez, su última evacuación con lava en el 57. El Maderas tiene 1400m y 24 km. Está extinto ya que su útima erupción fue hace 8 siglos, pero tiene una laguna en su cráter que hace que su ascenso sea famoso. La isla contiene petroglifos del 300 a.C. y en su historia también hay asentamientos piratas del Caribe que llegaban por río, para saquear Granada.

Ah, ese mar de lago. Me impactaba estar en un mar de agua dulce. Las olas eran a veces más grandes que las de algún mar tranquilo, y la humedad hacía que no se vieran las orillas montañosas del lago alrededor, lo que les daba más intriga a los tímidos e inquietantes baños en estas aguas frescas y oscuras… Aunque los locales hagan la colada como en casa.

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Sus playas estrechas y colmadas de vegetación creaban otro tipo de costa, desconocida; mis baños tímidos al principio me delataban desconfiado, hasta que empecé a hablar con Concha (Concepción). La bordeé y, desde una pista que sugiere despegues inolvidables, le prometí que si se mostraba completa, sin velo, la escalaría y no olvidaría jamás lo que ella vé desde su sumit, desde esas rocas altas que viven entre el regocijo de su posición en el mundo y el miedo a ser cubiertas de lava, quizás mañana, las primeras.

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Cada día, temprano, me asomaba a mear y entre legañas veía que no se quitaba su velo. Así que mi plan fue mañanas tranquilas, esperando el día, y tardes locas. Me dispuse a hacer un pleno de puestas de sol ometepeño, pues estaba en la isla oeste y no tenían desperdicio. La primera fue muy cerca, en Moyogalpa mismo, una orilla verde donde me quedé sólo porque había una colada colgando que hacía el lugar familiar, y porque tenía una plataforma flotante a pocos metros de la orilla, donde sentarse uno por ejemplo. Menú: bolsita de mierditas y un chicle.

La segunda, la mejor. Un apéndice en la punta oeste llamado Punta Jesús María, un lugar al que llegar en bici por campos fresquísimos, y encontrarlo ya bañado de reflejos sol entre los árboles, el mar laguno suena a ambos lados, y acabar en una franja de tierra barrida en las dos direcciones que se adentra en el lago hasta una colonia de gaviotas que viene al lugar a la misma hora. Detrás, Concha, y también Maderas!: las dos con velo.

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Me baño, me seco, me pongo ropa seca, me adentro en el apéndice lo más posible sin espantar a las gaviotas, y me siento a meditar, a lo mío, a lo que toca, a lo de siempre. Menú: porción de pastel de manzana y zanahoria, y nubes de feria dulces.

Conchi seguía sin quitarse su velo. Me impacienté, y para la tercera puesta me encaramé al volcán por donde pude. Sabía que a los mil metros se despejaba y tendría vista abierta, era suficiente motivación. Pero era tarde, subí y subí, me crucé con monos aulladores, aves exóticas con sonido atragantado que hube de grabar, pero no me crucé con vistas, y al ver que me pillaba el toro me salí del sendero a jungla cerrada, luchando por un hueco con vistas fuera de tanta maleza, no podía fallar. Encontré un lugar despejado, y un agujero en las cerradas copas de los árboles. Menú: empanada mala aplastada con banana.

Pero lo grande de este día no fue la breve puesta agujereada. Lo grande fue perderme a la vuelta por la jungla a noche cerrada, sin estrellas, luna creciente, acabando en arbustos cerrados con ramitas en la cara sin posibilidad de continuar, equivocarme en dos cruces que pasé por alto que me hicieron caminar en vueltas durante horas por piedras, y una lluvia intensa pero breve que dejé me calara con una sonrisa de imbécil por pensar que ya había dado con el camino correcto, tonto de mí, y por la sudada tremenda que llevaba entre pérdidas, retrocesos, y otras desventuras.

Cuando salí de la jungla y encontré la carretera, busqué una de esa familias que venden cosas, me tomé una coca cola que sabe dios que no me he tomado una coca cola con ese ahínco en mi vida, que me miraba el perro raro y los humanos callaban, pues pocas veces he estado tan cansado y al borde del derrumbe, arrastrando los pies. Cuando iba a pagarles no encontré el monedero y tuve que dajarles las gafas de travesía como seña, hasta mañana buenas noches. Busqué mi bici en casa del paisano donde la había dejado mientras subía a ver a Conchi, me miró raro también, y casi sin palabras dí las dos pedaladas que me dejaban en una cuesta abajo infinita casi hasta casa, con los brazos abiertos y sin frenos, y con el fresco nocturno ya apretando en el pecho.

Esa coca cola y esa bajada en bici han sido de lo más intenso del viaje, últimamente.

La cuarta. Me dirigí a Charco Verde, un lugar de ensueño con árboles gigantes y casitas de alquiler, playa suave y oscura, de la misma tierra negra volcánica que toda la isla, pero fina y fresca. Alguna llovizna difuminó la luz y dejó brillar unos molinos en la orilla lejana, y mi menú esta vez fue un cafe feo del bar y un temazo que me hice golpeando una mesa de cerámica de mil maneras, pues tenía la mejor resonancia que he oído jamás sobre cuatro patas, como cualquier caja de roland.


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He hablado tanto de Conchi que poco me queda para decir de Maderas. Me quedé en sus faldas en la Brisa, una granja ecológica donde Nacho, español asentado en la paz de la isla, preparaba los mejores desayunos de la isla sin ninguna duda, con pá amb tomaquet genuino e ingredientes del lugar. Tan bien estaba allí, que poco salí de la colina, donde, sin fuerzas ya para subir a volcanes que no se muestran sin velo, me limité a imaginar la laguna de su cráter, y entre sueños e imágenes, veía el reflejo único y reservado de nubes, estrellas, sol y luna, pues nada más, ningún ser, se atrevía a asomarse a sus intocables y serenas aguas, ni siquiera las águilas volaban tan alto.

Y esto es lo que yo contaría de Ometepe.

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Cuando subí a pagar la coca cola a esa familia (con los ojos bien abiertos pues no entendía por qué no habia encontrado el monedero la noche aquella, y pensaba que eso estaba pasando por algo que debía captar), lo único fue que me llevó en moto un hombre, me dejó en la casa, pagué, e insistió en venderme una hermosa tierra que me enseñó después. 30.000 dólares negociables.

Jamás ví a ninguno de los dos volcanes completos, sin su velo de nubes.

3 comentarios en “Ometepe

  1. Dani,ojalá disfrutes muchísimo!!!.
    Envidiable tu actitud.;tú has tenido los c….. que otros no tenemos,teniendo sensaciones parecidas.
    Estoy enganchado a tu AVENTURA…….he leído todo tu blog,todas tus aventuras,se lo he recomendado a mis amigos,……..
    Mucha suerte.
    Luis

  2. Luis¡ que alegria encontrarte en el blog de Dani ! no te ha contestado porque esta en un lugar en el que no puede conectarse .te agradezco yo en su lugar el detallito . me hace mucha ilusion que lo sigas , nos encontraremos en el . un beso

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