El ascenso 2

Por la mañana me desperté algo más tarde porque menuda noche me dieron los chavales y la gente que ascendía la montaña para el amanecer, llegados en coches. No vale!

Todavía me quedaron ganas de pasar un rato con los muchachos del equipo de fútbol a pesar de las que me habían liado de noche.

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Cuando me puse en marcha tenía mucha fuerza después de un buen desayuno continental con brickito de leche y todo. El ascenso desde Portland Gap es ya muy denso y con una vegetación especial, adaptada al clima y a la humedad, que es única del parque. La luz mañanera hacía muchas escenitas interesantes con tanto verde.


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A veces la luz se escapaba por algún rincón y tocaba sólo una planta en concreto.

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El sonido de este lugar era delicioso: (clica)

Cuando hube llegado a una altitud que superaba los 2000 metros, empecé a darme cuenta de que las cosas no serían tan gentiles arriba. Se ponía muy fresco por momentos y apretaba el aire frío con el sudor, y la niebla empezaba a asomarse entre árboles. Quizás habia sido muy happy al decidir que estaría allí todo ése día, y la noche siguiente. ¿Y si no era una pradera verde con vistas?

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Seguí subiendo y pensaba que ahora entendía por qué nadie quería dormir arriba. Pero, ¿Quién no va a querer dormir allí, en tal lugar? Seguí subiendo.

Poco antes de llegar oí truenos lejanos y empecé a rezar para que no se acercaran. Pinteaba una lluvia finita, no tenía tienda de campaña. Pero confiaba, ciegamente. Tenía que hacerlo!

Llegada, sobre las 13pm, el gps marca 2250 metros. El espectáculo que tenía era algo dantesco. Pero no estábamos en el Caribe? Niebla, viento, frío, tormentoso, lloviznas ocasionales y sin refugio. Sin vistas a nada, la niebla dejaba ver unos 60 metros a la redonda. Lo único que había era una casa derruída sin techo ni puertas ni ventanas, un antiguo refugio. Ni tan mal, pensé. Si se pone mal la cosa, algo de viento y lluvia me quitará…

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No había buenos planos para dormir fuera. Demasiado expuesto, sin nada de protección. Me aterraba conseguir un fuego y que me lo apagara la lluvia. Pero quería dormir junto a él, y hacerlo dentro de la casa significaba dormir en cemento duro, y ahumarme. Quería ver las estrellas al dormir pero no iba a ver nada con la niebla. Dormir dentro me ayudaría a mantener el fuego y las cosas del viento… pero a mi me gusta fuera… Todos estos pensamientos iban y venían en mi cabeza mientras comía, fuera.

Un guía conocido llegó con dos alemanes. Otros de tantos turistas que suben, miran y se van. ???. Sin quedarse a vivirlo, como con prisa por volver a casa. La alemana confesó que tenía terror a la tormenta amenazante, y al rato de llegar y no ver nada por el temporal, ya se iban a ir. El guía me instó a bajar con ellos, pero yo tenía mi plan de disfrutar de puesta de sol, noche y amanecer todo en uno. Yaman! Puesta de sol descartada, vale, pero lo demás? No puedo volver sin más! El ascenso tiene que dar su fruto. Al final acabaron los tres ayudándome a coger leña seca de algún rincón, muy majos. Se despidieron deseándome suerte y no lluvia. Ya no vería a nadie más hasta el día siguiente.

Cuando el sol se asomaba un poquito calentaba lo justo para pararse a disfrutarlo. Eran pequeñas y borrosas apariciones. Tendí la toalla, que estaba muy mojada pues se me había abierto el depósito de agua. No sé cómo, pero había ocurrido, precisamente hoy.

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A ratos me venía abajo y me daba cuenta de que yo estaba preparado para el caribe y no para los fríos que podían llegar allí.
Tenía un mechero con 1/5 de su gas, de los malos. 3 cerillas húmedas que me sobraron de la noche anterior. Una sudadera vieja y un pantalón corto. Y ya. Quizás debería haber vuelto con los alemanes. Quizás aún podría bajar ahora, y llegar medio de noche, pero llegar. …

Náh.

La lluvia era la mitad de mi cabeza pensante. Si se me mojaba el saco, that’s it. Se acabó. Habría de bajar a la hora que fuese para evitar hipotermias o putadas graves. Después de varios intentos de instalarme, lo ví más claro dentro de la caseta, pues había un pedazo de techo aún estable que podría quitarme lluvia. Tenía una puerta de hierro enorme que me costó llevar al interior, pero podría parar lluvia y canalizarla y yo instalarme debajo si se ponían las cosas muy mal.

Una vez decidido el cómo, actué. El instinto operaba, y en menos de nada tenía 4 piedrones haciendo de patas a una estructura de hierro oxidado sobre la que puse la gran puerta. Haría el fuego debajo, en el suelo y sobre una plancha de metal para poder moverlo si era necesario. Coloqué otras planchas detrás del fuego como reflectores de calor. El fuego calentaría la gran puerta de hierro encima, gran aliada, y las planchas, haciendo todo de radiador. Anochecía. Ahora ya no pensaba, actuaba rápidamente.

Aunque el interior de ese caseto seguía siendo frío y gris, con mi radiador ya pintaba mejor.

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Encima de la puerta de hierro que protegía al fuego de la posible lluvia e irradiaba calor, podría calentar mi cena. Además, secaría la toalla mojada del todo, y si el frío atacaba en serio, me la podría ir poniendo en el cuello enrollada caliente. Esa puerta era mi colega!: todo ventajas. Respect, puño en el pecho.

La caseta con todo preparado, y leña lista, ya tenía color.

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Casi de noche, momento de arrancar el fuego. Nunca tuve todas las seguridades de poder encenderlo, pero tenía mis esperanzas. Desde que conseguí ése mecherico pidiéndolo en la subida, pensaba que estaría chupado… Pero tenía ramas húmedas por las lluvias de esos días y por la tormenta Chantal. Pues me reventé el poco gas que tenía, y el dedo, y lo consumí hasta que el plástico superior del mechero se derritió y la rueda salió disparada, perdiéndose ridículamente entre las ramas menudas de abajo, que eran mi esperanza, con mi cara de listo metida hasta las estúpidas mini-llamas que había conseguido encender, soplándolas con todo mi cariño, viendo cómo se iban. No tuve cojones a encenderlo!

Un escalofrío de realismo hizo que mi espalda sudara un pelín incluso con el frío. Pasaría la noche sin fuego. Toma ya, con este temporal y sin fuego… pues así habría de ser.

Me iba fuera y volvía pensando en las tres cerillas húmedas que tenía. Húmedas, digo, de que pierdan la cabecita al rascarlas, sin encender. El anochecer me dió tregua y me mostró ésta primera silueta calmada del día, aunque fue sólo unos minutos.

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Jamaica, no problem! dicen aquí. Vamos a verlo, eso.
Tenía que intentar esas 3 cerillas. Era imposible encender el fuego con ellas si un mechero no había valido, pero al menos podría usarlas para encender otra cosa… if you know what I mean: Me lié un buen cigarrito con todo lo que quedaba y lo dejé en posición de standby, listo. Pensé: qué intento encender antes? El fuego, o el «Amparo»?

El fuego alimentaría todo lo demás y me daría la vida esa noche, pero era muy difícil que arrancase con tres cerillas húmedas: un desperdicio de cerillas. El porrito Amparo era ir a lo seguro, fácil de encender, y también me daría vida esa noche… de otra manera.

Me lo jugué todo al todo. Agarré del verbo agarrar una cerilla e intenté el mejor de mis roces con la lija. La mitad de la cabeza cayó al suelo, me reí, y lo que quedaba, lo junté con la lija y lo volví a rozar casi sin apretar…

…ENCENDIÓ!!

Me dí fuego y me aseguré de que el Amparo tenía buena combustión y, mirando la cerilla, dije: pues hay que intentar el fuego: no va a funcionar, pero hay que hacerlo. Entre caladas y resoplidos, metí la cara en las ramitas y coloqué la cerilla con mogollón de cariño, en serio, bajo una botella de plástico de agua usada que había añadido en la base de mi fuego, y muy lentamente, empezó a chisporrotear… A derretirse… A ponerse azul, amarillo, a hacer un charquito incandescente debajo… Yo miraba escéptico, aceptando el NO. Pero el charquito no se apagaba. Añadí plástico, algún musguito de lo mejor que había conseguido empezó a arder… Estaba a que no se apagara ni mi Amparo ni el fuego, pero realmente con los ojos como platos de lo que estaba durando la cerilla, la más larga de mi vida, algo mágico. Empezaba a humear alguna ramita, yo empecé a hablar sólo: ¿realmente será posible que se encienda?…

Les hablaba a los palitos, les animaba a quemarse, les prometía cosas. Me reía, unos 4 minutos así, me apago, me enciendo, volví a rendirme, recolocaba un plástico, volvía a arder… Yo no me lo podía creer, estaba arrodillado debajo de la estructura de hierro y empezaba a dar gritos de alegría. Estaba empezando a humear y a arder la leña mediana. La viga gorda que encontré, que mantendría el fuego vivo, empezaba a chisporrotear. Cuando pude dejar de atender el fuego porque ya estaba firme, me levanté, me pegué unos bailes, grité, fui feliz. No sé cómo lo había hecho, pero aquello había ocurrido. No lo olvidaré. Y me quedaban dos cerillas de tres.

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Ya estaba, con eso, ya estaba todo bien. Barrí con una rama el suelo horrible paralelo al fuego de cenizas y mierdas e instalé mi triste cama, doblando la toalla con doble pliegue, a la altura de la cadera y el hombro, como colchón. Salía y entraba de la casa, me ahumaba, salía a por oxígeno, calentaba la cena, riquísima, me tomaba una leche, caliente, grababa el entorno de fuego y viento exterior, sacaba fotos, quería recuerdos.

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Hube de permanecer despierto largas horas manteniendo el fuego, tenía leña de sobra, no me importaba, estaba bien. El ruido del viento era mosqueante y ver puertas, ventanas y paredes abiertas a la negrura delante de mí todo el tiempo era intrigante, pero lo solucionaba saliendo a controlar la zona y viendo que estaba todo bien.

En algún punto dejé todo colocado, me lavé los dientes, y dejé el fuego automatizado para que no humeara más, para no intoxicarme dormido. Me envolví en el saco, estaba increíblemente comodísimo. El fuego: Qué cosa.

Puse una alarma a las 4.45. Me dormí unas horas, hasta el amanecer.

En algún punto de la noche me levanté a cambiar una bolsa de plástico de sitio porque el viento la movía y me mosqueaba. Lo siguiente fue despertarme y notar que todo había cambiado: no había viento, ni tormenta, ni niebla. Incluso algún pájaro se animaba. En seguida recuperé el fuego gracias a la viga, que tenía su interior naranjita y soplable, para calentarme una lechecita y la toalla, antes de ver uno de los mejores amaneceres de mi vida.

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Pasé horas entre unos sitios y otros de la montaña, con las gafas de ver de lejos, pillando las mejores vistas, escudriñando cada rincón de las montañas, viendo cómo había merecido todo la pena. No había llovido. Intentaba irme pero es difícil irse de un lugar que te trae tantos buenos pensamientos.

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Creo que sobre las 9 ya me obligué a bajar. Me largo. Pero,
a dónde?

3 comentarios en “El ascenso 2

  1. wowwwwww… que aventuraza!!! qué valiente, tú alli solo ahí arriba… es increible Dani como sabes apreciar los buenos momentos de soledad en búsqueda de la belleza de las cosas… es admirable, abrazotote!!!

  2. Grande Dani. Marcos me hablo de ti el otro dia y desde entonces estoy pillado con tu blog. Sigue asi.
    De un Alistano.
    Por cierto, yo me largo el año que viene.

    • Calayino hermano!

      Gracias por hacerme leer de nuevo esta historia.
      Veo que hace años escribía diferente que ahora, con muchos detalles.

      Bienvenido a los largados, y no lo dudes. Esto es vida, te espero en el otro lado.

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