Aquellas primeras noches kiwis

Nueva Zelanda, Octubre 2015

Los primeros días en Nueva Zelanda tras meses en el pacífico son de buen sabor, pues la gente del país parece estar para ayudar y sonreír, para charlar y conocer. La noche en Auckland la pasé en casa de una camarera que trabajaba donde tomé mi primer delicioso y caro café (siempre excelentes y con increíble pastelería a elegir), a la que pregunté por alojamiento barato y ofreció su sofá en casa compartida. Bien.

La segunda noche llevaba ya horas a dedo viendo el infinito verde de los prados frescos del país, las granjas y las vacas sonrientes. Se hacía tarde y una mujer llamada Karen me llevó hasta cerca de mi destino, pero ofreció entrar en sus tierras para ver si me gustaban y si tal, quedarme allí. ¿Por qué no? Me dejaron cocinarme algo en su cocina, en una humilde casa extendida de dos caravanas móviles (infinitas caravanas, en casi todas las propiedades). Me quedé hasta las tantas hablando con Karen, mujer madura y consciente, sobre temas del mañana. Si no hubiese insistido en dormir en mi tienda, me habrían preparado una cama. Bien.

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Día 100: Bora Bora, sonido

Bitácora pacífico: día 100
15 Septiembre 2015

Teníamos que esperar al lunes para hacer la salida oficial del barco de Polinesia Francesa con inmigración y decidimos esperar en Bora Bora y hacerla allí. Salimos tarde pero llegamos para la puesta de sol; el volcán extinto de Bora Bora, uno más, tiene un pico principal bastante elevado llamado Otemanu. Una densa nube estaba enganchada en él; al amanecer seguía allí.

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Bora Bora, que no deja de ser un espectáculo de lugar con un divino atolón interior de poca profundidad, nos dejó un poco indiferentes debido a las expectativas, no es para nada el mejor atolón que he visto. Mucho turismo y muy caro, dimensiones limitadas, está bien para un retiro de ricos en un resort pero no para un mochilero. Disfruté de la suerte de visitarla en mi casa flotante y navegar cada día por sus aguas blancas y paradisíacas.


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De campañazos y hamacazos

Bitácora pacífico, día 82

Me dispuse a dar una vuelta completa a dedo a la isla de Moorea, pero pronto me decepcionó que el espacio entre la carretera que recorre sus costas y el mar era inaccesible, de terrenos privados o demasiado estrechos como para acampar. Me adentré pues en el interior la primera noche, llegando a unas cataratas altas que caían pegadas a una pared. El terreno era abrupto con rocas volcánicas, las más hostiles; el follaje, jóven y blando. Ni mi tienda de campaña ni mi hamaca tenían lugar. Caminé de vuelta y encontré gentes amables y otras extrañas, y una propiedad sin dueños donde colgar la hamaca y cocinar bajo un refugio. El valle era cerradísimo, todo alrededor eran paredes verdes.

En los días siguientes encontré la manera de quedarme junto al mar. A veces en propiedades, otras en huecos, pero lo cierto es que Moorea acabó siendo uno de los lugares con las mejores noches que recuerdo. Quizás debería hacer una categoría para archivar las mejores noches del viaje: campañazos, ó hamacazos.

Una vez ví una motu (islita) atractiva cerca de la costa. No paré hasta encontrar el lugar. Había un embarcadero roto y aun estando orientada al sur, veía gran parte de la puesta de sol hacia el oeste.

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Días 18-21

Día 18

Los amaneceres del pacífico. Los veo siempre, y los atardeceres. Pero son tan diferentes!!! Me pregunto si es una diferencia psicológica por el sueño de la mañana, el buen rollo de la tarde, o realmente son tan diferentes… lo curioso es que me cuesta describir las diferencias.


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Cuando pasan cientos de peces voladores es mágico. Sigo estudiando francés para la polinesia francesa. Me conseguí películas de Disney en francés con subtítulos en francés. Como ya me las sé, se aprende rápido, ojo con la técnica. Pocahontas.

El viento, ni vientos alisios ni hostias. Está subiendo y bajando de intensidad y dirección, haciendo flamear velas, a veces es pesado responderle, pues no se puede uno mover del timón más.

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Día 19

12º 37.0775′ S
116º 33.636′ W

1331 millas a destino

Estoy leyendo la Bíblia. Toma ya.

Llegó a mis manos de una manera demasiado escandalosa como para volver a rechazarla, y he leído Mateo, Marcos, Lucas. Estoy con Juan. Desgraciadamente es el nuevo testamento sin el viejo, que me llama más. Es pesado, poco creíble, especialmente para una persona de ciencias, qué es esto. Me siento estúpido cuando no entiendo una parábola. Pero me siento bien cuando he leído. Tiene cosas o mensajes buenos o bonitos, simples aproximaciones al bien.

Me pregunto si lo que conocemos como bien hoy en día fue establecido por este libro o este libro es un reflejo más del bien que todos perseguimos, del bien universal, el de sentido común, el que supongo existe dentro de nosotros de forma innata.

Al fin y al cabo, Buda y Jesucristo dijeron muchas cosas iguales. Pero estoy con ganas de pillar el viejo testamento. El nuevo es demasiado, no puedo con Jesús, mire.

* * *

Día 20

Fiesta en la cocina. He hecho un vídeo del momento en que el repetidor con la DTW (distancia) ha bajado de 1000 millas. Es un momento grande, ya queda ‘poco’.

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Me entretengo en mis turnos solitarios pensando que si me caigo por la borda, se acabó todo. Usamos línea de vida y arneses para las maniobras, pero siempre hay momentos. Si no hay otra persona para tirarte un flotador, la luz, marcar MOB en los GPS (hombre al agua) y dar la alarma para la maniobra, olvídate. Ya puedes gritar, hasta que venga el siguiente turno pueden ser dos horas. Como dicen mis tripulantes argentinos, ‘Ya fuiste’.

Pero me entretengo pensando en esa muerte, en ese viaje. Ojo.

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Día 21

800 millas a destino! Vamos rápido y hacemos doscientas al día. Nos acercamos.

El otro dia el viento bajó al sur y abrimos todas las velas a estribor, un día de placer, pues la escora a un lado mantenida por la presión del viento hace todo más cómodo.

Viento de través, al menos un día.

Viento de través, al menos un día.

La mañana de las ballenas

Día 11

Estoy con turnos de amanecer. Amanece como una hora más tarde que hace diez días, por nuestro movimiento longitud oeste: estamos a unas 1300 mn de la costa, que debe ser peruana y no chilena.

Poco después de que empezase a clarear, cuando empiezan a verse las velas, he oído respiraciones de ballenas. Poco después, había cientos de ellas, por todas partes, en la dirección del viento y la corriente, adelantándonos lentamente. A veces juraría que podía oírlas. Mierda, no tengo hidromicrófonos.

Una jóven jugó a darse la vuelta junto a la amura de estribor, casi tocando.

Sólo alcanzo a verles la cabeza y la espalda en su proceso de respiración. Son enormes y negras, inofensivas, aunque no me extraña que asustaran a antiguos marinos y generasen leyendas expansivas. El sol destelleaba entre nubes al salir, la superficie del océano era un espejo roto y flexible. Las pequeñas nubes que nos adelantaban desde sus bajas presiones, con rachas inesperadas que a veces obligan a arriar alguna vela, eran de cuento. Con sus lluvias diagonales debajo y enmarcadas en naranja.

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Como son puntos de humedad en la distancia sobre el mar, a veces se transforman en un corto y ancho arco iris entre el mar y la nube. Hay muchos arcos iris en el pacífico.

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A las ballenas no les gustan las cámaras. La saco y desaparecen, no he podido enganchar ni una. Las ballenas, he aprendido esta mañana, son de esas cosas que se hicieron para los ojos; guardé la cámara y disfruté feliz del momento, con el piloto automático.

La bitácora del pacífico

Zanzíbar ya no es el nombre de un lugar en África. Ahora es el barco que me sacó de América hacia el pacífico, a vela, un enorme sloop de 105 pies que ya presenté en su momento al partir.

Con esta suerte me parece que cada vez navego en veleros más grandes. El superyate Zanzíbar me hizo reírme en mi camarote cuando ví sus lujos e instrumentación, el tamaño de su mástil, de unos 40 metros, el tamaño de la vela mayor. Capitán y tripulación argentinos (solo tres, conmigo cuatro), necesitan tripulantes para llevarlo a las Marquesas, en Polinesia, donde se encuentran con el dueño del yate, que vuela a su retiro y vacaciones. Esto es común en superyates.

Tras días de buena onda en Valdívia, aprovisionamiento, espera de paquetes y equipo, reparaciones y puesta a punto, frías noches, hacer diesel, sociales con los demás yachties que se van por temporada y una cena grupal, zarpamos.

Nos esperan 25 días de travesía, sin ver tierra, ni tan siquiera un barco. La travesía más larga en la actualidad, teniendo en cuenta la tecnología disponible; la mayor distancia que puede hacerse hoy sin paradas, en la inmensidad más grande de agua del planeta, un cuarto del mismo. Cerca de 5000 millas naúticas, con el arco que describiremos, norte, noroeste, oeste.

Precisamente este año es el Niño: Fenómenos meteorológicos impredecibles y cosas extrañas en el mar y las temporadas. En fin, vamos allá.

Haciendo diesel en un río de Valdívia

Haciendo diesel en un río de Valdívia. Si, la quilla es retráctil.

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Hacia los fiordos

13 Abril 2015

Dicen entre grumetes que hasta que no has tocado fondo accidentalmente alguna vez en aguas poco profundas con tu barco, no eres capitán. El primer día en el Issuma, saliendo por un canal natural de Puerto Montt, Richard me puso al timón confiando en mi experiencia, y a la media hora al barco varó sobre arena suavemente. Los nervios me invadieron y no supe como reaccionar, pero minutos más tarde elevamos la quilla -oportunamente retractil- del barco y continuamos sin problemas. Richard no estaba enfadado, puesto que la baliza del lugar era pésima y en las Américas, tremenda estupidez, el color de las boyas de circulación es al revés que en Europa. Curiosamente, días mas tarde le pasó lo mismo al capitán Richard, y el último día, a Olga. Con esto nos reímos y me deshice definitivamente de mi culpabilidad.

Pasado el mal rato y comienzo, estábamos los tres relajados ya y disfrutando nuestro primer té en el cockpit (bañera) observando las feas nubes que se avecinaban con lluvias pero que podrían traer algo de viento, pues aún necesitábamos el motor. Se nos acercó un agresivo barco policial controlando a dónde íbamos, y tuvimos que explicarles a grito nuestro simple plan. Creo que una de nuestras aportaciones y razones de estar a bordo era que el español de Richard era casi nulo, lo que nos obligaba a encargarnos de las conversaciones con locales y los reportes por radio.

Chile es serio en el control de navíos en aguas nacionales, y obliga mediante contrato, al firmar cualquier zarpe o control de llegada, a reportar posición dos veces al día. Esta exagerada medida nos trajo problemas cuando la floja VHF de Richard no salía por encima de las inmensas montañas que nos rodeaban y teníamos que usar teléfono móvil o conexión satelital, pues Richard insistía en cumplir pese a mis disuasiones. Sigue leyendo

El lago último

La última cruzada de los Andes: Capítulo octavo

8 Abril 2015

Dejé la carretera asfaltada que me llevó hasta el Mapuche y continué por caminos de tierra que las voces locales me recomendaban, lejos de motores, cerca de cencerros.

Cuando preguntaba por lagos pequeños e inhabitados a las gentes, tenía una idea en la cabeza para completar mi cruzada; un lago que reflejase bien las montañas, que estuviese limpio, que me diese leña, felicidad e intimidad en mi última noche en los bosques. Me hablaron de uno o dos que estaban a varios kilómetros, y caminé tranquilo surcando tierras de gentes humildes, ganado, casas de madera coloreadas, grandes árboles, manzanas y voilá!: castaños como los de mi tierra, que en este otoño ya dejan las castañas limpias y brillantes en los caminos, listas para llenarme los bolsillos y recordar los domingos en casa o las señoras que las venden a docenas en las calles del Raval.

Siguiendo indicaciones encontré el laguito y al hombre que me dijeron que vería cerca construyendo su casa. Hube de pedirle permiso para acampar por sus tierras, con miedo, pero esta gente siempre se sorprende de que un extranjero quiera acampar en un lugar que o bien no tiene atractivo para él, o bien le halaga por que vengan a su propiedad. Hombre humilde es generoso, y aún tratándome por loco, a lo que ya estoy acostumbrado, buscó el chiste, me convidó amistosamente a carne, me ofreció leña y como gol, conseguí su permiso para utilizar su barquita, lo que me daba esa satisfacción del caminante: la de sentir que estaba en el lugar correcto o de que no había caminado en vano, pues obviamente se venía un regalo de día.

Con el tiempo justo escogí el lugar -no es fácil-, instalé mis cosas y me calenté una cena. Hasta monté la hamaca, todo el despliegue para despedirme del sol de hoy y de los Andes de este viaje. Orienté la tienda pensando en mi despertar, en el despertar que tenía en la cabeza sin concretar pero que fue tan bonito al concretarse como lo que había imaginado.

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