Y Flores

20 Mayo 2016

La gran isla de Flores se me abre desde Labuanbajo. Horizontes lejanos puedo alcanzar en esta tierra cristiana, leyendas de volcanes y lagos, montañas volcánicas altas que habré de cruzar en altitudes que cambiarán el clima tropical que persigo por frías y húmedas villas indígenas.

Este nombre cristiano se debe a una llegada de portugueses en el siglo XVI. Se queda con este nombre y una mayoría religiosa cristiana, lo que hace ya de Indonesia un viaje no sólo geográfico sino también religioso: fuerte presencia hindú en Bali, musulmana en las otras islas que he cruzado y ahora cristiana en Flores. Una evolución realmente única e interesante.

Labuanbajo es un destino demasiado turístico principalmente por ser el acceso a Komodo, el parque nacional de fama mundial y maravilla del mundo, hogar del llamado último dinosaurio: el dragón de Komodo, y además, de riqueza submarina infinita y deliciosa, en micro y macro fauna acuática.

Puede ser que bucear en lugares como BatuBolong, en el que ví en los primeros cinco minutos de inmersión tiburones y tortugas inmensas además de millones de peces coloridos flotando pacíficamente y corales muy saludables, tenga un valor, como lo puede tener el Manta Point, donde es seguro, en un buceo en el que se viaja con una corriente tremenda, encontrarse con mantas inmensas que aman la corriente y simplemente planean en ella como águilas en el viento. Nuestras instrucciones eran de engancharnos al suelo marino como pudiésemos cuando nos encontrásemos con una, y en varias ocasiones me quedé inmóvil mientras una enorme manta pasaba moviendo sus «alas» muy lentamente por encima de mí y podía mirarla incluso en sus extraños ojos.

Esto fue una profunda experiencia en mi vida, pero no creo que haga una de las 7 maravillas del mundo. Ni tampoco creo que lo haga la presencia del dragón de Komodo, que a todos los efectos, es una decepcionante visita. Aun, es un impresionante animal para observar. Aprendí increíbles cosas sobre él, y me encantó conocerlo. Pero la visita se basa en ir a ver unos cuantos que se juntan en una caseta inmóviles al sol, en la isla de Rinca. En la isla de Komodo ví uno en la playa. En ambos casos hay una vuelta rápida a la isla en un circuito donde no se ven fácilmente otros en libertad, siguiendo a un guía aburrido de su vida y borde. Nuestra suerte que vimos a uno persiguiendo a otro, un espectáculo ver que pueden tener esa agilidad, y el de la playa de pronto se largó y ví su movimiento lento y sus infecciosas babas caerle de la boca durante su periplo.

Sí estuve muy cerca, sabiendo que pueden matar a un hombre fácilmente. Pueden infectar una presa y seguirla días hasta que se derrumba. Su procreación es interesante, pues los bebés tienen días hasta que la madre deja de identificarlos como hijos y se lanza a comerlos. Los bebés escalan a los árboles en esa fase, y sobreviven como pueden hasta la madurez.

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Si Indonesia me ha tratado bien, Flores me recibe mejor: poco después de llegar un jóven muchacho espabilado de 19 años me habla en la calle y al rato era mi compañero de Flores. Imam trabaja con turismo, como todos, pero con su espabilada actitud e inglés fue fácil congeniar. Siempre pude dormir y ducharme en su extraña casa, un sucio e inhóspito hospedaje de locales siempre lleno de gente, niños, gatos y cosas pasando. Imam adora juntarse con viajeros e irse con ellos de aventura en plan guía: planeamos escabullirnos con una moto de su jefe a precio amigo. Lo primero, una puesta de sol en un lugar alto y cercano de aperitivo, el sol dando evidencia de algún otro volcán remoto en las aguas vecinas.

* * *

No entiendo mi suerte, menos lo que estoy ahorrando. Recorrimos una parte no muy lejana a Labuanbajo durante 3 días con experiencias muy singulares: con Imam aprendí ciertas cosas sobre mí y sobre la paciencia.

Pero tras unos días con el yo quería irme ya solo a surcar aquellos horizontes lejanos prometidos de Flores. Barajé opciones porque no es que la economía del viaje esté para alquilar motos, pero es que una vez más, increíblemente, es lo más barato e ideal para perderse por Indonesia. Con los autobuses estás vendido y las motos están como a 3 euros al día…

Una vez afianzado con la moto y sus tumbadas no hay nada como recorrer un lugar como este así… La cantidad de cosas que se ven al pasar, el continuo flujo de visiones exóticas y fotos magníficas alrededor, es como una película bien hecha. El saber que puedes meterte por cualquier camino alternativo a las rutas principales y buscar la misma dirección pero atravesando esos campos donde la gente me mira con incredulidad y todos gritan «Míster!» a mi paso; a veces lo gritan tanto que creo que ha pasado algo y cuando miro veo que solo quieren eso, decir Míster y que yo salude: esa es la relación con los extranjeros que pasan por allí. Y todos los rincones que se pueden conocer en un día, las paradas, el poder elegir sitios para comer o desayunar que estarían inaccesibles a pie o llevaría demasiado tiempo encontrar.

De aquellos momentos preciosos de libertad motorizada, destacaría, lo primero, los arrozales.
Protagonistas de los paisajes en Indonesia, los hay increíblemente grandes y bonitos, aterrazados, con formas que se adaptan al terreno, como una telaraña, y con canalizaciones de agua para alcanzar todos los rincones que se escapaban a mi imaginación. Son simplemente paisajes frescos y deliciosos y escuchar el agua discurrir por ellos es altamente relajante. Por alguna razón estuve más sorprendido con estos que con los de Filipinas… tal vez porque están en todas partes.

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Lo segundo, la misma ruta. Aunque tan sólo existe una bien hecha entre sus extremos, Labuanbajo y Larantuka, para mí no tuvo desperdicio. Y con algo de ganas y dispuesto a sufrir un poco con la moto hay siempre caminos alternativos que traen silencio y cosas íntimas del país.


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Las montañas, que son volcanes aunque siempre se nos olvide. Multitud de ellos en diversas formas, unos más activos o amenazantes que otros, últimas erupciones que no quedan tan atrás, formas a veces perfectamente cónicas. Algunos visibles desde todas partes, como playas donde dormía, otros solo dejándose ver al surcar montañas elevadas. En general, todos visibles en las primeras horas del día; después se cubrían con su manto de nubes.

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Mi ligera mochila cabía en el espacio para los pies de la moto y así conducía libre y cómodo. Cuando me cansaba de la postura, paraba en un lugar que pareciese salao y esperaba a ver qué ocurría. En la mayor parte de los casos una multitud de niños se me acercaban, atrayendo finalmente a otros adultos, y en momentos en los que quería paz o intimidad me sentía invadido. Por eso a veces hasta me escondía para evitar el escándalo, pues al grito de ‘Míster’ ya todos ponían su atención en mí. En una escuela en la que paré me escondí de los niños absurdamente aguantando la risa para poder ver aquellas aulas clásicas en cuyos cuadros no aparece el rey sino un personaje que vaya usted a saber. Un holgazán se había escapado de una clase para dormir escondido.

Pasando Bajawa encontré playas donde tuve que repetir la operación hasta que cayó la noche, pues yo quería asegurarme de que nadie sabía que estaba allí durmiendo para estar tranquilo. Rozando el agobio, hubo tipos que, viéndome desde la carretera, paraban aburridos a ver qué hacía!! Y me bajaban a ver y yo medio escapaba. Sin exagerar, me sentí famoso a veces cuando una quincena de jóvenes venían a sacarse fotos conmigo. La bendición era la soledad final al anochecer y el baño en el mar.

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Otra historia destacada fue, habiendo pasado ya Ende, una parada para ponerme el chubasquero -llovía mucho- que acabó en comilona y medio borrachera de Arak casero, que es como un aguardiente local (de nuevo gratis). El interés de unos señores por tener a un Mister en una comida era tan grande que no me dejaron ir hasta que estuvo lista, paseando por una aldea y arrozales aquella mañana ideal con uno de ellos. Debió de haber una época funky en la Indonesia de los 70 porque había unas fotos de abuelos alabados en las paredes de las casas que eran tremendas, y yo evitaba hacer comentarios cachondos por si acaso, mientras evitaba también poner caras de dolor con lo picante que era la comida.

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Los hombres me recomendaron una aldea tradicional cercana de camino al volcán Kelimutu, mi destino actual. Fue una noche singular. La aldea estaba húmeda de lluvias en una zona alta y fría de montaña. Tuve que ir a ver al líder de la aldea para colaborar con algo de dinero extrañamente, y después me fui con una familia bien salada, básicamente porque una hija hablaba inglés.

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En una habitación de unos pocos metros cuadrados se amontonaban hijos, abuela, nietos y faltaba el abuelo, un hombre desdentado que llegó tarde y al que fui a dar respetos pero no hizo falta, no paraba de reír y esas cosas no importaban para él. Dos o tres perros eran desplazados, con un grito interesante de la abuela, fuera del espacio. Fueron los perros que más confianza tenían con el fuego que jamás haya visto. Dormían y se acurrucaban casi encima de él. El humo parecía no molestarles.

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De aquel espacio quedaba tras una cortina un lugar donde dormirían ellos normalmente pero que me dejaban todo para mí. Me sentí extraño y quise dormir en otro lugar pero no me dejaban: por razones a mi entender como de brujería, en la parte alta de la aldea estaban sus dioses -ponían caras de susto mirando al cielo cuando apuntaban allí- y no querían que un extranjero merodease por la aldea sin vigilancia: me perseguían allá donde fuera. Como si tuvieran allí cinco muertos.

Al alba, tras una noche de dormir en duro con algún sobresalto perruno y un café Flores, me despedí de los buenos camaradas con una foto y me dispuse a llegar hasta la cima del volcán Kelimutu, cuyos encantos merecieron mucho la pena.

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(continúa)

1 comentario en “Y Flores

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