El último pajarito

10 enero 2016 · Nueva Zelanda

Hoy es mi ultimo dia en Nueva Zelanda, no he encontrado barco a Australia y mañana volaré a Melbourne.

Tengo un riquísimo sabor de boca. He calculado bien las provisiones, y todo encaja perfectamente. Maldita perfección placentera y adictiva. Por ejemplo, mañana colgaré las botas, que se caían en pedazos y han sobrevivido a base de superglue las ultimas expediciones, sobre un río hermosón que ahora escucho junto a un enorme fuego. Si, hoy vale todo.

Hoy he pagado mi único camping pagado en nz para hacer las paces con el D.O.C, que sentía que me perseguía a cada paso para multarme. Me he bañado en agua helada -me he dado cuenta de que el frío es psicológico, o al menos relativo-, he lavado mis ropas, me he calentado con café de black forest latte, mi favorito, he sacado a Manolete el machete y mi poncho y he encontrado leña seca para cortar con destreza ya olvidada.

He cocinado riquísimo en mesa DOC en el mejor sitio. Ahora bebo te, tengo las bolitas de chocolate baratas que me ayudaron a hikear nelson lakes, mastico despacio, no mastico.
Se acaba nz, flipa. Se acaba algo grande, la he hecho muy bien, soy afortunado, tengo suerte. He hecho, hago, lo que quise. Estoy agradecidísimo. Gracias a todos, un fuerte aplauso. Todo va saliendo.

Tengo el sabor de la pena de un final, pero hay algo dulce en los finales, y es que significan el avance, el comienzo de otra cosa, aunque sea trabajar en Australia? Finalmente, significan el acercamiento a casa.

Cascos y cierras los ojos.

Estaba precisamente escuchando estos pájaros curiosos de Nueva Zelanda que siempre han estado ahí y me recuerdan a aquel primerizo zanate mejicano, y de pronto ha ocurrido algo amargo.

* * *

Cantando al pajarillo

Un pajarillo se espantó con mi acercamiento mientras preparaba leña, subía y bajaba, rápido y concentrado. Voló cayendo al río pero noté que algo iba mal: aun no estaba preparado para volar. Cayó en una roca-isla, pero cuando quiso seguir volando cayó al agua y luchó pero se fue ante mis impotentes ojos río abajo -acababa de secarme y estaba con frío- supongo que murió. Lo busqué por la orilla un rato pero no le encontré. Murió por mi culpa.

Le canté, pensé en su cuerpito frágil dando vueltas bajo el agua con sus ojitos cerrados, sumiso, entregado, insignificante. Su cuerpo se apagó pero algo me decía que una parte de él seguía, y el me perdonaba y no existía rencor y el se entregaba a su destino, contento, y yo liberaba mi pena, y él me daba ejemplo para mi muerte.

La fragilidad y la insignificancia de un pájaro, de un pez, a veces me choca pero me ayuda. ¿Por qué un revuelo tan grande con la muerte de un humano, y la muerte de un pájaro pasa desapercibida para nosotros, y aparentemente para ellos, los demás pájaros y animales, para la propia tierra?

Hoy le he dedicado el fuego, al pajarito.
Le dedico, además, la ultima página y la última palabra de mi diario, al pajarito.

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