Sumergido en el Tantauco

Bitácora chilota – 29 Abril 2015

Era tarde y estaba de camino, a pie desde la ruta principal, hacia el parque Tantauco, obra natural máxima del bosque único en el mundo que existe en el sur de la isla de Chiloé; quizás debería llamarlo selva…

No pude llegar y paré aquella noche en el lago más próximo al camino que encontré. Sus orillas no me dejaban acampar, cenagosas y llenas de raíces incómodas; la noche estaba encima y en el único lugar digno que ví, y mientras pensaba ‘por favor, que no haya perros’, uno idiota me olió y comenzó a ladrar sin pausa, rítmicamente, con todos los pensamientos de exterminio que aquello producía en mi mente. Con el rabo entre las piernas volví y decidí entrar en una tierra de pasto con dueños, sí, pero posiblemente de aquellos dueños que se acercan en la mañana con el ceño fruncido, no siendo que algún forastero ande en sus tierras, y tras una conversación cambian el ceño por una sonrisa fruncida.

Orienté mi carpa hacia el oeste, importante y larga decisión siempre al instalarla, y sin sueño ni hambre, observé cómo caían las estrellas de Orión, su espada invertida y colgando del cinturón hacia arriba, hasta casi ponerse en el plano. En 60 segundos de obturador avanzaban un inesperado trecho, y las aguas reflejaban aquellos movimientos.

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Cuando desperté aquella fría mañana otoñal en mi carpita, el lago había desaparecido!! Una bruma densa a la que ya me había acostumbrado en las mañanas chilotas cubría el lago como un edredón. El paisaje no podía ser más otoñal: el sol salía tímido y diagonalmente, la hierba estaba empapada y escarcheada, unas vacas pastaban mecánicamente, sus hocicos exhalando remolinos de aliento condensado, el lago blanco de bruma mostraba en sus orillas juncos oscuros que desaparecían paulatinamente en la niebla hacia aguas profundas. Algunos sonidos venían de aguas adentro, de lo invisible.

Lo malo del frío húmedo es que no se puede recoger la tienda al toque e irse: está tan empapada que necesita un rato al sol para secarse. Lo bueno es que obliga a esperar observando la mañana. Encontré un poste al sol y me senté colina arriba, cuando empecé a oír un ruido de remos por el pequeño lago. Con curiosidad por saber qué tétrica figura cruzaría las tinieblas en un bote, ví que la bruma se iba exactamente mientras aquel hombre avanzaba, como la grasa se disipa con una gota de jabón. Parecía tenerlo calculado, y a la vez era inconsciente del alto grado de estética que estaba impregnando en el lugar, con su lento avanzar y cortar de aguas.

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Creo recordar que nos alzamos la mano diplomáticamente cando nuestras miradas se cruzaron, pero él lo hizo de una manera desinteresada, como si me hubiese visto ya un rato antes, o como si le costase soltar un remo.

Sin bruma en el lago ni rocío en mi tienda, partí hacia el parque, que alcancé a dedo con el único coche que se movía por allí y aún llegué tarde para una visita. Me sumergí rápido, como quien llega a una piscina casi de noche, dejando la mochila grande con el guardaparques en una modesta cabaña.

Me sumergí en aquel único espectáculo de selva y bosque mezclados, con cientos de especies vegetales. Me sumergí de nuevo en lo salvaje, en la madre, en la teta, en el caos perfecto, autónomo e inteligente, allí donde puedes caer rendido en cualquier postura y no te manchas, y no haces el ridículo, donde nadie te observa y te analiza o juzga, donde la mente no tiene a nadie a quien juzgar, ni a sí misma, donde todos tus procesos y deseos son normales para el resto de seres que te acompañan, pájaros carpinteros y árboles pacientes, donde el musgo sabe a verde y el arroyo lleva agua de verdad, donde el corazón lleva más sangre y el aire sabe a libertad, de verdad.

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2 comentarios en “Sumergido en el Tantauco

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