Ya viene la llama

1 diciembre 2014

Los festejos bolivianos son realmente interesantes, y he debido de tener suerte en mi paso por el país pues he visto varios y he podido disfrutar de muchos momentos especiales con locales. Más allá de las enormes diferencias culturales, los festejos siempre unen a la gente en diversión y la desinhibición asociada acaba por dar momentos curiosos.

Es tiempo de promociones, es decir, de final de curso escolar, y aquí y allá, en cada comunidad, se celebra en la escuela un día de fiesta en el que los niños son finalmente los que menos celebran. Es el comienzo de las vacaciones de «verano», en diciembre, las más largas del año. Y esto es para todos, con las navidades de por medio, y el inicio de un nuevo ciclo. Muchos adultos que han ejercido labores directivas en las comunidades también encuentran el término de su obligación, y se lanzan al festejo. El resto del pueblo, se une simplemente.

Fue en la isla del Sol que casualmente acabé en mi primera promoción. Son días de abundancia, donde llega comida comunal de todos para todos, y donde no falta el alcohol. Para viajeros como yo, he de admitir que es un lugar donde uno quiere estar, especialmente cuando mi economía en la isla estaba tan limitada y el hambre golpeaba. Mirando alrededor, puedo distinguir cuál es el patrón de conducta del personal. La gente se sienta en torno a sus haberes, en grupos, por el suelo, y disfruta hasta la embriaguez. Me gustaba, me parecía estar en un festival de electrónica donde la gente se sienta por el suelo en sus grupitos a cogerse sus jamones. Pero esta gente es otra gente. Y la banda musical no estaba en un escenario: eran unos hombrecillos que tocaban, a veces, unas melodías simples y rimbombantes.

1-P10609731-P1060976

No hubo comida aquel día, llegué tarde. Pero al día siguiente, otra comunidad (de las 3 que hay en la isla) pasaba por lo mismo. Conseguí una papa con arroz y gusanitos revenidos. Las tradiciones golpeaban la escena con ciertos personajes de tal rango completamente cubiertos de panes, y ataviados con objetos extra de lo más curiosos: bolsas de gusanitos, frutas, botellas de refresco, dinero. Se paseaban bailando cogidos de las manos por otros personajes de menor rango durante escasos segundos, y listo. Todos esos objetos los guardaban, eran sus regalos.

1-P1070012

Los hombres se sentaban en desniveles, sus paños repletos de coca y gusanitos, sus cervezas, bebida de la isla, que llegan en cajas enteras con cartones de tabaco. La mezcla ideal, bolo de coca en el carrillo, cigarrito, y un vaso de cerveza que contínuamente pasa de mano en mano y se bebe de un trago. Bebido, se sacude la espuma y se pasa al siguiente, que lo recibe, lo llena, y lo bebe después de verter un chorrito a la Tierra, a la pachamama, de ofrenda, siempre.

1-P1070018

Yo encontré mi lugar junto a unos hombres agradables que me incluyeron en su circuito (unas pocas veces) y me hablaban cada vez más borrachos. Está mal visto rechazar una cerveza o cualquier bebida que ofrezcan, así que a los veinte minutos me levanté a mear y, como llevaba sin beber tanto tiempo, me sentí completamente ciego y me repetía a mí mismo en voz alta, contento, que vaya jamón de cerveza me había pillado. No sabía que se podía uno poner así sólo con cerveza, mira.

1-P1070020

Volví a sentarme, algo más distante, y observé a mis nuevos amigos con curiosidad. La cordialidad desaparecía lentamente, y de comentar cosillas con la mirada al frente y serios, pasaban a estrujar sus caras intentando comunicarse con sonidos guturales. A mí a veces me hablaban, pero en Aymara con algo de castellano, y rara vez entendía, aunque decía que sí a todo. Cada vez era más surrealista, parecía una situación psicodélica observar sus gestos y palabras, y me pareció estar de festival de nuevo.

1-P1070027

Miré alrededor buscando cordura, y ví que las mujeres son más contenidas con la fiesta. Toman y fuman, pero menos. Se sientan en el suelito y comentan, a veces aprovechando para ir haciendo algo, como coser. Me dí cuenta de que los hombres pagan una caja de cerveza cada vez por turnos, y así indefinidamente, hasta no sé qué horas porque me tuve que ir del frío que tenía.

1-P1070032

Una vez, en Torotoro, estuve en una promoción donde todo sobraba, es un pueblo con más plata que la isla, claro, y los estudiantes graduados iban vestidos de traje, y cada vez que se saludaban con alguien se restregaban en la cabeza trozitos de papel y se colocaban billetes con alfileres en la solapa. Allí se bebía chicha (bebida fermentada de maíz usada masivamente por las clases bajas desde el Perú). Cosillas curiosas.

1-P1070321

* * *

Pero sin duda, el festejo que más me ha conmocionado de Bolivia ha sido la danza de la llama, por la que me quedé en la isla del Sol días, pues no quería perderme algo tan único y legendario, que sólo pasa ya en pocos lugares y en pocas ocasiones.

El 29 de noviembre, en la isla del Sol, la gran mayoría de la isla está de fiesta. El día ha llegado. Todo el mundo se viste de rosa fucsia y se organizan encuentros en diferentes lugares desde el alba hasta la noche, con comidas, procesiones, bailes e impresionantes ceremonias de ofrenda a la Pachamama.

Ya a las 6 de la mañana me había reunido con mis amigos Eugeni (fotógrafo paisano) y Jose, fotógrafo boliviano. Caminamos durante una mañana soleada y fresca por las calles de la comunidad, algo desiertas y silenciosas para lo que esperábamos. Nos chivaron el lugar, la casa de no se quién, y aparecimos allí tímidamente, con miedo a ser rechazados, pero con conocidos que aprobaron nuestra presencia, un tanto paparazzi por las cámaras y el aspecto gringo. No tardamos en recibir un pequeño desayuno y cuando entramos en el cuarto de los directivos, los más respetados festejantes del día, ya nos dieron cerveza y bebidas extrañas rosas y verdes que, claro, no pudimos rechazar. Estábamos entre los verdaderos organizadores y elegidos del año: mozos y mozas que bailarían y liderarían las procesiones, ejecutores, sacerdotes y presidentes.

Foto cortesía de Jose

Foto cortesía de Jose

Ya llegaba el rosa por todas partes, las mozas con sueño orgullosas de sus limpias y bonitas ropas; ya empezaba la orquesta a tocar en corro en el patio de aquella casa, con unas diez humildes flautas y un gran bombo. Su música era tan sólo una única melodía que se repitió todo el día, en todas partes, y que se nos pegó a todos hasta la médula, ya desde aquella hora fría, en que hacía de reclamo para las gentes del pueblo. Pero esa melodía sonaba como lo irremediable, lo inminente, lo que es como tiene que ser.

Ya las mujeres incrementan sus ornamentos, con lindas flores en los sombreros. Tengo que admitir cuánto admiro la figura de la mujer boliviana, especialmente en la isla. Me perdía en sus detalles, los sombreros a medio-encasquetar, sus telas rositas que llenan de quién sabe qué y siempre llevan en la espalda como zurrón; su perfecta raya al medio, separando sus cabellos en dos lindas trenzas que caen por sus espaldas hasta las nalgas, y que casi siempre unen, por comodidad, en una curiosa forma de lana; sus zapatitos, de ese caucho tan usado aquí en chanclas, pero que ellas usan cerrado y con alguna decoración. Ya llegaba el rosa también a los hombres, más desgarbados y poco conscientes de la armonía estética que empezaba a llenar el lugar. Y cuando los veo en pareja, realmente no puedo dejar de ver la imagen de David el Gnomo, junto a su mujer, Lisa.

Con eso y dos tocadas de melodía más fuertes, ya comenzamos a caminar por las calles, nosotros persiguiendo tan única procesión; las casas quedaban vacías, y el ganado no saldría hoy a pastar, pues era un día especial.

1-P10700741-P1070078

Ya hubimos llegado a una playa, y entendí que íbamos a navegar a otro lugar remoto. Así eligen los lugares para las ofrendas: cada 4 años, se cambia la planta de cada lugar (entre oca, papa, haba y choclo) y después se deja descansar para recuperarse; supongo en ese descanso es una tierra válida para ceremonias, recuperando su fertilidad.

En la playa, la banda tocó vagamente mientras esperábamos, pero ví que los mozos y mozas corrían detrás de un líder que llevaba una bandera blanca, y que cuando giraba todos giraban detrás en cadena, haciendo un bonito efecto. No pararían de correr en todo el día, y aún así estaban orgullosos de su carga y sonreían al correr, como aquel cofrade fanático al que le toca cargar una cruz en una procesión de semana santa. Subimos a la embarcación, mezclados.

1-P10700851-P1070092

Ya llegamos, después de un caminar, al lugar elegido. Bailes, faldas rosas girando, hombres danzarines que no se cansan, y agujeros en la tierra para depositar las primeras ofrendas del día, leña seca para hacer fuego, más bailes. Me pierdo en las caras de los locales, espiando sus gestos y sus modales, sus maneras, los por qués de cada acción, el sentido de la fiesta.

Ya el sacerdote se acerca al agujero, se postra de rodillas y comienza una gran muestra de adoraciones y respetos a la Madre Tierra. En sus palabras Aymara hay seriedad y todo el mundo se acerca con admiración. Durante minutos, cayeron al agujero todo tipo de ofrendas que llegaban presentadas en una cesta, con comidas y bebidas, panes y frutas, gusanitos, chorritos de mil y una botellas, incluyendo botellitas de cocacola enteras, todo por manos del sacerdote. El trago más grande fue el feto de una llama, que no sé cómo lo sacan pero suele ser parte de las ofrendas. Con una última elevación de manos y un vasito final de -creo- vino, medio bebido medio ofrecido, el sacerdote cerró la ceremonia, se tapó el agujero y se volvió a bailar, con más alegría.

Ya después de un largo camino de vuelta a aquella casa nos golpeó fieramente el hambre, pero no nos faltaría comida allí. Unos encargados tendieron un mantel blanco por el suelo y nos advirtieron, a los novatos, varias veces, que ay de nosotros si se nos ocurría pasar por encima: pecado. Vertieron oca (una papa alargada), papa dulce, choclo y enormes habas, y empezaron a llegarnos cuencos de sopas y comidas que nos resultaron deliciosas y nos llenaron. Brilló el sol, hizo calor, algunos borrachos cayeron al suelo y la banda volvió a tocar aquella melodía, que esta vez nos levantaba a todos hacia el lugar final.

1-P1070167

Ya me rodean, al pasar por la plaza, los mozos y mozas que desfilan girando tras una bandera blanca, pero noto una presencia que me sorprende y a la vez me entristece, pues conozco su destino. Una hermosa llama se ha unido al desfile. Ya llega la llama.

Ya en las tierras que van a darnos suelo en la ceremonia final, con fondo de lago y siempre cultivadas, aparece y desaparece el desfile, ya cansado, de mozos y llama. La cansan, van y vienen, suben y bajan sin descanso. El pueblo se reune allí donde cavan grandes agujeros de ofrenda, en la Tierra. La expectación se incrementa, la llama desaparece por una colina con sus captores, y tarda mucho en regresar. Benito, mi lugareño favorito, borracho, baila con quien pilla, inconfundible con su chaqueta gris. Las mujeres bailarinas también siguen haciendo girar sus faldas, pese al sudor, con gran devoción, y es aquí donde encuentro que la gente hace todo esto no sólo porque sea una tradición, sino porque creen en ello de verdad, porque se comunican así con la Tierra, así piden buenas lluvias y buena suerte, así tienen el espíritu tranquilo, y así con gran devoción y seriedad llevan a cabo cada uno de los pasos, cada uno de los bailes, cada una de las tonadas musicales.

Ya viene la llama.

Ya aparece detrás de una colina, la acercan, llega el momento. Dos hombres portan sendos cuchillos envueltos en papel, me imagino su afile. Ya llega el revuelo, ya la gente corre, ya curiosos empujan, ya niños lloran, ya abuelas no quieren ver. Ya tumban al animal, ya rebufa su hocico, ya el polvo llena de nube la escena.

Ya el primer hombre acerca el cuchillo al cuello, ya el otro acerca el suyo al pecho. Ya escucho el aliento del animal salir por el corte con sangre, como una manguera explotada. Ya salpica, ya nadie habla pero mira, ya no puedo ver más, ya el segundo hombre se ha abierto camino, no sé con qué conocimiento, hasta el corazón del animal, que extrae al exterior aún latiendo vigorosamente. Ya.

1-P10702241-P1070247

Ya enterraron las vísceras de la llamita, pobre. Ya descuartizan el resto para comer entre los hombres de rango, al día siguiente. Ya en el lugar, sólo quedan dos hombres hablando, y la bandera blanca está clavada justo ahí donde el corazón.
Ya los demás vuelven al bollo, y Benito baila arrastrado por dos mujeres de las manos, pues si no se iría al suelo.

Ya.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *