¿Qué está pasando en Flores?

22 Mayo 2016

*Acabo de volver de Flores. Como no me gusta repetir vistas, encontré un barco tirado por temporada baja que vuelve al oeste parando por lugares geniales en el norte de las islas, islotes donde hacer expediciones cortas o los mejores esnórkeles que recuerdo desde Filipìnas (insuperada aún). Han sido días de paz y escribir sentimientos cruzados que fluyen como resultado de estos años. La cámara de fotos murió. Le entró agua sin razón aparente en un buceo en las azules aguas de esta foto. He pensado que no voy a reemplazarla. Tal vez sea el principio del final, o el final de las fotos: en cualquier caso, las tres últimas fotos de la genial compañera que viene desde Panamá y ya era de segunda mano:

Todavía está vivo el sentimiento de realización y compulsiva fé de Flores. Esto es lo último del diario:

* * *

No recuerdo una aglomeración tan grande de suerte, revelaciones, señales y misterios desde hace mucho tiempo. Parece que el Mismísimo quisiese hablarme o me sonríe todo el tiempo. Han aparecido personas clave en mi camino de unas maneras demasiado oportunas o ingeniosas. Cada día es una bendición, no me importa nada, tengo una confianza total en lo que ocurre, me siento seguro y guiado. La experiencia de la moto por Flores está siendo reveladora.

* * *

Quería compañía y no me ha faltado. En Lombok, el niño de aquella noche extraña en Praya. También Ripaí y Nachel. En Sumbawa, Zoe, hombre de 37 años solitario y con una extraña facilidad para ayudarme o pasearme sin ánimo de lucro y hablar profundo, lo cual necesitaba mucho. Buen inglés y buen tipo gracias al que conocí Sambori.

En Flores, Imam el primero. Un niño de 19 años que me ha hecho sentir como un padre paciente y aprender otras cosas de la cultura musulmana. Gracias a él he visto lo que ya sé y la voz de la experiencia en mí, tras estos años. A veces insoportable, a veces un mejor amigo, a veces un hijo -podría serlo-. Y también dispuesto a ayudarme en Labuanbajo con su cuarto donde puedo dormir y con un alquiler de motos tirado de precio. Hemos recorrido cómicamente el oeste de Flores, un lago volcánico, cataratas y una playa gris y vacía llamada Nangalili donde aprendí algo especial.

Le he hecho ver cómo se puede dormir con gente local por placer y caridad, lo que al principio le avergonzaba terriblemente por su cultura pero finalmente le gustó. En general ha sido una nueva experiencia de compartir que he manejado bien desde la paciencia y calma, conectado, aceptando y disfrutando cada día lo bueno y lo malo, tenga lo que busco o no, y observando su sufrimiento cuando las cosas no salían como esperaba.

He visto su justificada ignorancia y la he entendido, he visto la mía y pensado que ya no es tan grande: aunque sin mérito por compararme con un muchacho, es un sentimiento de éxito en el viaje.

No olvidaré fácilmente las noches en el «long-break» o muelle largo, con Imam, los fritos de banana y las estrellas y el silencio escapado de Labuanbajo. Mis consejos, mis promesas dudosas sobre un reencuentro y un largo viaje juntos, con lo que él sueña. El primer frescor tras el día en el aire y el relax. Su cuartito azul pequeño, cutrín, de aquel extraño hospedaje donde se quedaba.

Con todas las cosas buenas y malas que estoy viviendo, así es el mundo y espero poder seguir viéndolo así, con aceptación y alegría, con la ecuanimidad que me ha enseñado el budismo.

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Y las espectaculares apariciones isla adentro de Flores de Gusti o Jephrey, llenos de bondad y amor y generosidad exageradamente infinita para mí, que soy un desconocido cualquiera.

El encantador Gusti

El encantador Gusti

y su familia

y su familia

¿Por qué?

Es a veces tan ridícula y sospechosa esta presencia que creo ver a Dios a través de sus ojos, manejándolos y sonriéndome en momentos perfectos o justo cuando lo necesitaba, con precisión exacta (al final del día, justo para dormir) ofreciéndome directamente sus casas pocos segundos después de aparecer: Gusti en aquella desoladora gasolinera de Ruteng, en la lluvia, y Jephrey suavemente, como un fantasma, en la oscuridad, tocándome el hombro en las termas de Soa, Bajawa.

¿Por qué?

Y más Flores!

(continúa de Flores)

Era aún temprano cuando llegué a la cima del volcán Kelimutu. No quería que se me anticipasen las nubes que cada día se forman sobre las islas de Indonesia.

Lo curioso del volcán Kelimutu es que tiene 3 calderas o cráteres individuales, cada uno con una emisión distinta y una coloración de agua diferente. De hecho, los colores no son constantes y van cambiando con el tiempo. Ví fotos de las calderas hace un año y eran diferentes; los colores que tenían las dos principales cuando yo llegué, separadas por pocos metros de roca volcánica, eran un marrón fuerte barroso y un azul sintético claro que volvía el paisaje bastante surrealista o marciano.

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Podían distinguirse en ambos unas vetas de corriente conforme el flujo iba surgiendo de la Tierra, como unos perezosos remolinos que giraban lentamente. ‘Oye, un bañito’, pensaba. Sigue leyendo

Y Flores

20 Mayo 2016

La gran isla de Flores se me abre desde Labuanbajo. Horizontes lejanos puedo alcanzar en esta tierra cristiana, leyendas de volcanes y lagos, montañas volcánicas altas que habré de cruzar en altitudes que cambiarán el clima tropical que persigo por frías y húmedas villas indígenas.

Este nombre cristiano se debe a una llegada de portugueses en el siglo XVI. Se queda con este nombre y una mayoría religiosa cristiana, lo que hace ya de Indonesia un viaje no sólo geográfico sino también religioso: fuerte presencia hindú en Bali, musulmana en las otras islas que he cruzado y ahora cristiana en Flores. Una evolución realmente única e interesante.

Labuanbajo es un destino demasiado turístico principalmente por ser el acceso a Komodo, el parque nacional de fama mundial y maravilla del mundo, hogar del llamado último dinosaurio: el dragón de Komodo, y además, de riqueza submarina infinita y deliciosa, en micro y macro fauna acuática.

Puede ser que bucear en lugares como BatuBolong, en el que ví en los primeros cinco minutos de inmersión tiburones y tortugas inmensas además de millones de peces coloridos flotando pacíficamente y corales muy saludables, tenga un valor, como lo puede tener el Manta Point, donde es seguro, en un buceo en el que se viaja con una corriente tremenda, encontrarse con mantas inmensas que aman la corriente y simplemente planean en ella como águilas en el viento. Nuestras instrucciones eran de engancharnos al suelo marino como pudiésemos cuando nos encontrásemos con una, y en varias ocasiones me quedé inmóvil mientras una enorme manta pasaba moviendo sus «alas» muy lentamente por encima de mí y podía mirarla incluso en sus extraños ojos. Sigue leyendo

Musulmanes tropicales, y el caos normal

Sumbawa, 30 abril 2016

Sin conocer mucho a los musulmanes sí puedo decir de ellos que les gusta levantar mezquitas. Hay muchas y cada poco veo una nueva en construcción. Cerca de ellas, en las carreteras, hay una señal que indica su presencia y prohíbe tocar el claxon.

muahahaha, no tocar el claxon

En todas ellas hay un sistema de megafonía que suena en las horas determinadas con las oraciones: deben rezar cinco veces al día, aunque creo que pocos lo hacen. Hay zonas con colchonetas incluso en los ferrys para arrodillarse y hacerlo, y he visto a un tripulante dar desafortunados cantos en un micrófono a la hora que tocaba.

Juraría que los cantos suenan más de cinco veces al día. Ayer me desperte a las 4.30 y sonaban ya como locos.

Pero es la magia de estas islas orientales de Indonesia, donde el 90% son musulmanes. Habiendo dejado atrás la excepción mayoritaria hindú de Bali, lo que la hace muy, muy especial, me he sumergido en un mundo islámico inesperado y fascinante. Tropical.

Al amanecer, al mediodía, al atardecer. Todas las mezquitas suenan de pronto, unas tras otras comienzan con unas palabras y continúan con los cantos que dejan claro el estado de ańimo del paisano al micro en varios kilómetros a la redonda. En una pequeña isla al oeste de Lombok (una gili) cantó una niña y después una mujer. Y en el norte de Lombok una noche mágica se multiplicaron con locura incontables mezquitas a la vez con el caos que, inconfundiblemente, identifica a Asia, y más aún a la cultura islámica.

* * *

Los cantos de las mezquitas se reinician de nuevo.
Deben ser las 6.

Lombok

Abril 2016

La gente general en Indonesia puede escupir, carraspear sin fin o cagarse en cualquier momento -esto es Asia en general-; puede decirte que sí y que no a la misma cosa en el mismo minuto. Puedes hacer que te respondan lo que quieras según la manera en que les hablas: dicen que sí pero si tu les dices que no, no? ya dicen que no.
Y a la vez son gente encantadora y sonriente que me hace sentir bien acogido y confiado, viviendo bien el viaje. Tales son las contradicciones de los asiáticos para un occidental.

Pensando estas cosas llegué a la isla de Lombok, en concreto a las tres Gilis -islas pequeñas- que se alinean en el noroeste. Teniendo para elegir me fui a la más grande, Gili Trawagnan, por tener más que explorar. Es un destino turístico de jóvenes con ganas de fiesta, especialmente australianos con plata. Me recordó mucho a Key Caulker en Belize; isla pequeña sin vehículos a motor, muchos chiringuitos y comida/cerveza barata, espectaculares puestas de sol, bicicletas para alquilar y una camino de circunvalación ideal para dar una vuelta completa en un día, despacio, parando, buceando, leyendo, observando vistas en 360º al avanzar. Esto último es lo más interesante de las Gilis.

Llegué con miedo por el turismo masivo y tal vez los precios que ese turismo ocasiona. Pero me alegró encontrar que los mismos locales son humildes y los jóvenes tienen una actitud relajada y honesta, sin fiebre por el dinero. A veces rastas, curiosa mezcla de estilos. Y lo mejor, me dejaron acampar siempre en huecos de las playas junto a restaurantes o hospedajes, sin el menor problema, con calidez y sinceridad. Y en la tranquilidad de estas islitas no entra el robo ni el hurto, así que fueron los días más relajados de la época.

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La magia de Bali en moto

Ya con moto en otros rincones del noreste de Bali y alrededor del volcán tremendo de Agung conocí ese lado rural que tanto me interesa y fascina. La gente en los poblados es simplemente tierna e inocente. Siempre se deja notar la diferencia entre el abuso de la ciudad y las accionas desinteresadas de los paisanos que viven tranquilos cada uno de sus días. Muchos, dedicados al cultivo en zonas altas y con pendiente -todo esto son islas volcánicas- donde las nubes ya rozaban las cumbres. Entre maíz, cebollitas y los pimientitos picantes que hacen el sabor de todas las comidas en Indonesia, muy picantes, conduje muy despacio saboreando vistas y extrañas costumbres.

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Una noche me empeñé en pasarlo con estos interesantes locales de las montañas: es imposible que una noche en sus casas no sea repleta de sorpresas, y a los indonesios les sobra tiempo para invitar a un ‘bule‘ (extranjero) ó mister, como ellos nos llaman, a como mínimo un café y cigarro. El café en Bali es ‘balinese coffee’, en Lombok es ‘Lombok coffee’ y así en todas las islas, que producen el suyo, pero todos son una cucharada de café en polvo disuelta en agua caliente con azúcar, lo que deja un poso al final siempre de café puro que ha de descartarse. Todos están buenos!!

Una niña de la casa trabaja en turismo y es la única que habla inglés, con lo que puedo abrirme paso entre las numerosas mujeres, tías y hermanas y sobrinas, que me miran con recelo. No entienden por qué estoy ahí. Sentándome directamente a trabajar con ellas, me gano ya unas sonrisas. Limpian y separan las cebollitas que han recolectado en sus tierras para venderlas. Fácil! Otros muchachos llegan y muestran su intereś: les fascina que venga de ‘Barcelona’, leyenda de sus sueños futboleros, y me observan con distancia y serios.

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Cuando llega el patriarca de la casa, me invita a café y cigarro en una habitación y masculla alguna palabra inglesa pero noto que le gusta mi presencia. Especialmente cuando vé que aprendo rápido a tocar los instrumentos de percusión balineses que va mostrándome, como el tingklik o los kulingtan. Siempre alabando sus habilidades después, claro…

Está tan emocionado con nuestras improvisaciones que me lleva a una casa colina abajo donde todos los familiares y amigos, todos hombres y ni una mujer, se juntan para fumar e interpretar música balinesa, en lo que son bastante buenos. Mi preferido es un nota que está encerradito entre gongs, y los toca en escala de 3 golpes cada tanto: es el mejor sonido, el más hermoso de todos.

Salamat pagui!!!, se saludan los buenos días, o simplemente «pagui». La mañana amaneció sin nubes y las vistas de montañas cercanas y el mar abajo, siempre infinitamente calmo mientras viajé por Indonesia, fueron motivadoras para continuar. Los niños habían ido a la escuela, la abuela de la casa escupía y sufría de pecho contínuamente, pero no paraba de trabajar. Me miraba con recelo pero al irme me sonrió. El hombre no me dejaba irme sin desayunar, claro.

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Pasando por otras tierras más bajas, cerca del templo enorme de Besakih en faldas del Agung, ví un alboroto interesante y me paré: era una especie de festival con comida, bebida y otro tipo de actividades, como la de peleas de gallos. Era, por fin, mi primera vez, y no pude evitar la curiosidad. Cada diez minutos, como pulsos, muchos hombres se apelotonaban en un lugar y empezaban a gritar repetidamente una o dos palabras, y a los pocos minutos volvían a dispersarse.

Me colé disimuladamente entre ellos en una de esas, y me aseguré una posición. Poco a poco empezó a crecer la tensión de nuevo y dos hombres con gallos pequeños y asustados en las manos se movían en el centro del corro. Otros hombres iban de aquí para allá, cogiendo y entregando dinero en billetes doblados, no sé cómo llevan las cuentas pero todos entregan y reciben cada vez.

En un momento empezaron los gritos y los gallos fueron soltados, mucha tensión al menos para mí, por el miedo a la sangre y al sufrimiento terrible de aquellos inocentes. Hacían pequeñas embestidas el uno contra el otro y en pocos instantes uno estaba derrotado por el agotamiento y tal vez una rendición, pues no recuerdo verlo morir totalmente. Pero aquello estaba sentenciado y los billetes empezaron a correr por todas partes, contándose frente a mis ojos en cantidades sorprendentes para el valor local.

Ahuyentado de aquella violencia y de la falta de escrúpulos de mis hermanos y de mi raza continué ascendiendo hacia el templo. Había un evento especial con miles de devotos celebrando con sus interesantes ceremonias algo que no entendí porque no me dejaban entrar si no iba a rezar y practicar. Pero le dí una vuelta a los muros y pude experimentar, en un lugar especial, como los hindúes disfrutaban de lo que sería una misa para otros: unos hombres pasaban repartiendo agua sagrada y unos granitos de arroz húmedo que la gente, sentada en el suelo y preciosamente vestida de blanco, se pegaba en la frente en el tercer ojo, el espiritual. Tras cantos, campanitas y colas para otras bendiciones, me animé, desde la distancia y el respeto, a grabar sus suaves cantos.

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Después de aquello me quedaban las vistas desde este volcán, impresionantes, sobre gran parte de Bali, y sobre el océano infinito que reflejaba entre nubes su propia agua y los colores tardíos del sol en doradas e inmensas extensiones de agua.

* * *

En el sur de la isla, por cierto, gracias a mi buen Rodrigo, un verdadero ayudante de viajeros blogueros y un soplo de aire español en Asia, conocí playones como este. Aun siendo muy Mordor, una zona demasiado turística cerca del aeropuerto, tiene secretos que los buenos expatriados como Rodri conocen :)

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La magia de Bali

Abril 2016

El caos de Bali me chocaba tremendamente, incluso en Ubud. Tráfico y polución, ruido. El segundo día me adentré en el norte del poblado, donde felizmente ví las plantaciones de arroz y la paz de los lugareños. El destino me llevó por un sendero a encontrarme con un hombre local que me dijo, al decirle que era español, que su mujer también lo era. ‘Estás de coña’, le dije, me extrañó. Pero allí al lado encontré a Begoña, una interesante mujer, directiva de una ONG llamada ‘Kupu kupu’ que ayuda a personas discapacitadas de Bali. Toma ya! Sintiendo complicidad con ella, le pedí que me dejara quedarme en aquel lugar a dormir por su paz y separación del caos mundano, y aceptó. Recomendaría enormemente visitarla y colaborar con la asociación de las muchas maneras en que se puede, durmiendo allí en aquella paz, visitando lugares con ellos o simplemente asistiendo con ellos a las danzas balinesas que ocurren cada noche.

http://www.kupukupufoundation.org/

Allí empecé a centrarme en meditar y paseé cada día un rato antes de desayunar con la paz, ya que me iba acercando a los territorios budistas del planeta y me esperaba un retiro intenso en Birmania de meditación. Entre esa paz y escribir pasaron días de calor y lluvias tropicales, y empecé a enamorarme de Bali y su cultura hindú.

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Casi sin haber meado me iba a caminar por los arrozales poco después del amanecer, pues dormía al aire libre y despertaba con la luz. Por diferentes senderos cada vez, las divisorias de los campos son laberintos de paz y caminar descalzo y libre. Hacia el este, solo un ratito temprano, podía ver el volcán gigante de Bali, el Agung. De las cosas más impresionantes que existen en Indonesia, es la presencia contínua de volcanes gigantes en todas direcciones, quizás en lejanas islas, pero siempre visibles por su tamaño.

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Wayan, el chico local encargado de los bungalows, un risueño e inocente jóven, venía a mi lugar a tocar un tingklik de bambú cada mañana, así que a la vuelta tocábamos juntos.

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Por las tardes, solía perderme en el pueblo de Ubud, que, una vez aceptado su caos, tiene mil y un rincones deliciosos. La cultura es la de vida sana y equilibrada, rollito yoga, meditación, masajes, hidroterapias y comida vegetariana, juguitos vegetales, etc. -«eat, pray, love» ha tenido su influencia, recuerdo bastantes solteronas cachondas-. Los precios eran asequibles hasta para mi bolsillo, con lo cual estaba feliz. Las puestas de sol las intentaba hacer hacia el norte, por algún arrozal extenso, donde aprendía, cada día más, cómo es la vida del arroz en todas sus fases: algo que se absorbe sin que nadie te lo explique, pues el arroz aquí tiene una gran importancia y un cultivo contínuo. Mi compañía eran luciérnagas voladoras y libélulas.

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Las decoraciones de las casas y las tradiciones hindúes de Bali me tenían muy entretenido. La gente, en las mañanas, prepara ofrendas lindas con una bandejita de hoja de banano que contiene varias flores, incienso, etc y se las van a colocar a sus deidades por cada templito junto a sus casas. Los templitos pueden ser diminutos, cajitas en árboles remotos por los arrozales con sus tejaditos, o en medio de la calle, normalmente con alguna tela amarilla decorativa y a veces paraguas protectores del sol y lluvia.

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En Bali existe un estilo integrado en las construcciones; por alguna razón de influencia, las casas y restaurantes, alojamientos, etc. se hacen manteniendo un mínimo de gusto en la línea de calma y paz interior y vida sana que mencionaba. Hay estanques y piscinas a menudo y siempre suelen añadir, aun con falta de espacio, estatuas de piedra-cemento bonitas y algún invento en el que discurre el agua contínuamente generando paz con su sonido: el agua es protagonista en Bali. No sé como describirlo, pero tienen la capacidad de hacer que paredes o construcciones de ladrillo y cemento sean lindas. El gris de aquel cemento tiene arte, no sé por qué.


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Los templos, bastante presentes, eran edificaciones en muchos casos piramidales y con ese mismo componente de cemento viejo que tiene tanta estética. En este jardín de loto donde posan tres muchachos, escenario ideal, pude ver una noche una demostración de baile balinés, adornado con música instrumental única en la isla. Aquellos instrumentos eran todos nuevos para mí, flautas y percusión, resultando en un rato de hipnotismo total, viendo aquellos músicos golpeando tantos objetos con ritmos que parecen descuadrados para un visitante remoto como yo pero que son el ritmo de este lugar. Las diferentes escenas representadas eran geniales y los caracteres muy extraños, desconcertándome, lo que más, la extraña manera de mover el cuello y la mirada hacia los lados contínuamente de los actores, cuyas caras a veces ya eran de los más exótico!


Escuchar un tema de la danza balinesa

(continúa)

3 años

Según el contador, haciendo hoy 19 de abril de 2016 tres años exactos de mi partida, son 1096 días y 38 lunas, sin contar la que se me viene encima pasado mañana, calculo.

Nadie sabe que celebro hoy tal cosa. Me he regalado un día de placeres y lujos infinitos en la isla de Gili Meno, cualquiera diría que por todo lo alto. Buceado viendo corales que no recordaba desde Filipinas, apneas con tortugas, café al caer la tarde, puesta de sol en el oeste de la isla, leer libro ya con la brisilla fresca única de la noche sobre la arena. No, no escribo esto a modo de envídia en plan selfie, no es el estilo de yomelargo.

De lo que estoy contento es de haber hecho todo esto de la única manera que sé hacer las cosas tras estos años: en modo ‘me queda aún tela’.
La gente viene aquí por dos semanas a tirarlo todo, a derrochar. Y es un poco chocante en un lugar supuestamente barato como este, tener que seguir siempre al mínimo, a la lucha. Especialmente después de Australia, que todo está tirado. Me siento mal al regatear, pero es que yo sigo después de esas dos semanas y no puedo permitirme lujos, pero tampoco los quiero o necesito.

Estoy tumbado en la hamaca, en la red, junto a mi tienda de campaña. Soy el único camping de la isla. El alojamiento no es barato. La wifi la tengo por haberme tomado un tal en los bungalows de detrás. He desayunado un café de sobre con agua calentada en mi taza metálica con la cocinita de cocacola y alcohol. He alquilado una máscara para bucear regateada, sin aletas, nadando hasta los lugares, en lugar de ir como todos, con tanque de oxígeno y en barco. He pedido que me guarden el bolso mientras. He comido un plato en el lugar más barato del interior de la isla, encontrado de coña, con una familia local y todo medio sucio. He conseguido agua caliente de una casa humilde para el café de la tarde, de sobre. He caminado todo el tiempo -la gente va en carritos a caballo- excepto cuando he pedido a un muchacho que pasaba que me llevara en bici de favor, a devolver el esnórkel de los huevos que si no me cobraban otro día.

El presupuesto del día, de 6 dólares. La diferencia puede ser del XXX por ciento.
Es adictiva la sensación de hacer todo lo que la gente hace aquí, no con la misma calidad, pero al menos disfrutando lo mismo. Me gusta. Para los que no lo crean, se puede.

* * *

Sinceramente, espero pasar la luna 52 (cuarto año) en casa.
Y lo de que la Tierra es redonda lo vamos a tener que estudiar detenidamente.
Que llevo 3 años y no veo mi casa ni en el horizonte. Coño ya.