De pronto, Samoa

Día 113 de la Bitácora pacífico
28 septiembre 2015

En Samoa, -sigo en Polinesia-, la población es de un negro suave, sonríen bastante y viven muy tranquilos, muy despacio.

Las tierras están repartidas en grandes parcelas con jardines verdes y frescos que crecen sin parar debido al clima, lluvia y sol, donde crecen plantas frondosas verdes, amarillas y rojas que dan envidia porque cualquier rincón parece un jardín botánico. Las casas (fales) son de madera y muy simples en el mejor de los casos, pero existe una vivienda típica (el open fale), que son como templitos griegos, rectangulares y con columnas por el exterior y dentro. Algunos tienen una barandilla de madera diminuta, y parecen guarderías donde meter a los niños sin que se escapen. Dentro, viven las familias, con abuelos y muchos niños metiendo barullo, solo parando para apoyarse en una columna y levantar la mano al paso de uno, gritando Bye! y sonriendo.

Delante, en sus verdes jardines, tienen las tumbas de sus antepasados. Unas losas grandes de cemento bien marcadas, donde descansa un bisabuelo o la abuela, junto a ellos, siempre.

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I origins

Cuando una persona que ha estudiado y leído mayormente ciencias sale de su cubo y se enfrenta a un mundo en el que mucha más gente de la que pensamos cree en cosas irracionales, invisibles o ultra-empíricas, su inexistente fé se ve amenazada por una necesidad de crecer. Por mimetismo puro. Especialmente en América, donde cada cultura muestra gran fé en sus doctrinas espirituales, sean ancestrales, coloniales o modernas.

Así, abriendo mi mente voluntariamente desde el primer día de este viaje, he llegado a tener en cuenta cosas que antes rechazaba con furia, como la religión. O el propósito de nuestra existencia, o el mismo concepto de reencarnación, completamente de locos, pensaba. Y sigue pensando gran parte de mí. Será un proceso.

Yo decía, basado en la observación y mis propias conclusiones, que la religión era el fruto de nuestro miedo a la muerte. Siempre estuvo ahí, siempre enterramos a nuestros muertos con respeto, así lo aprendí en historia en el instituto, cuando se nos dijo que civilizaciones antiquísimas metían a los muertos en grandes vasijas con joyas. Pero ese miedo a la muerte viene de la evolución, de tener un cerebro un pelín más grande que el de un macaco. Lo suficientemente más grande para pensar.
Pensar.
Pensar que yo no quiero que me pase a mi lo que le pasó a la abuela en la caverna, que ya no se mueve más y se pudre, y apesta.

¿Por qué -decía- sólo por tener unos cm cúbicos más de cerebro (sólo por disfrutar de un pequeño paso evolutivo más, de millones), vamos a recibir un trato especial tras la muerte? Un trato diferente al que recibirán macacos -hermanos, ojo- o nuestros perros y gatos. ¿Qué estupidez es ésta? ¿Como hemos llegado a inventarnos dioses, salvaciones y satanases, sólo por ser un poco más cabezones? ¿De tan atrás viene nuestro ego y nuestro egocentrismo? Para mí somos iguales en la naturaleza, ratones y humanos. Más o menos evolucionados, partes de una misma creación, pero iguales. Y tengo a Darwin y a Lamarck conmigo. Eso sí, quién puso aquí todo esto para que evolucionáramos dentro, es otra historia.

No. Cerraremos los ojos, todo será negro y dormiré para siempre, se acabó mi vida, como la de Laika y los macacos. ¿O es que nos encontraremos con la perra Laika en el más allá? Venga, no me jodas. Es muy bonito inventarse historias de reuniones y aplausos, pero seamos realistas. Triste, pero estoy seguro de que es así, estaba seguro. Estoy seguro.

* * *

El tener claras estas convicciones en las que no caben espíritus, fantasmas ni demonios, me ha ayudado a estar tranquilo con el planeta. La fé de mucha gente que he conocido, contradictoriamente, les hace tener miedos ridículos y sustos de saltar. Yo no conozco ese miedo.

Nunca me he asustado por un ruido sordo o extraño, o una puerta cerrándose, ni por una vela que se apaga sin viento, algo que se cae al suelo sin explicación o un crujido cercano en los arbustos. Me río con las películas de terror paranormal. La oscuridad total me gusta y la soledad en ella es un golpe de adrenalina si me pilla caminando en alguna noche, nada más.

Porque sé que todo tiene un explicación, cada coda que pasa está dentro de los límites de lo posible y de hecho le doy un carácter justificado, científico y super normal, inconscientemente, en milésimas de segundo, ni me da tiempo a mirar hacia la amenaza porque ya la he justificado como algo del mundo que conozco, de lo único que existe, de lo empírico, lo normal. Pero quizás así me pierdo también otras cosas basadas en la intuición, o en la fé por las señales, el camino de la vida y el destino, que siempre tuve pero que ahora, por cierto, son más fuertes.

¿Creemos lo que vemos, o vemos lo que creemos?
Una vez escribí que para cambiar lo que vemos, quizás debamos cambiar lo que creemos. Si cambio mi fé, ¿veré o sentiré mas cosas? ¿Estaré más conectado espiritualmente? Pero entonces, ¿también tendré más miedo? Sonrisas.

* * *

Todos estos procesos mentales ebullen en mi mente evolucionada y pensante cuando la película ‘I, origins’ llega a mis manos, boom, en las islas Marquesas, hijas predilectas de la creación y portadoras de la belleza divina celestial.

Un hombre de ciencias se choca con el amor y este amor le abre los ojos de la fé. El hombre se choca con sus principios y acaba buscando respuestas en India, donde yo quiero contestarme por largo tiempo hace largo tiempo.

Demasiado cerca de mi vida y en el mejor momento, la película.

Quintupeu

16 Abril 2015

Las noches anteriores a días de navegación, el capitán solía acostarse despidiéndose con un ‘mañana zarpamos a las 7’, como para que Olga y yo estuviésemos listos. Aquella mañana zarpamos dejando la isla de Llancahué nublada, y nos alineamos con rumbo al fiordo de Quintupeu, el más especial que he conocido. Aguas calmas y picos nevados en los horizontes de la décima región chilena, la de los Lagos, mientras nos aproximábamos en silencio.

Cuando ví la estrechísima entrada al fiordo imaginé que entrábamos en un lugar muy recóndito y privado. Aquí se refugió el Dresden, histórico buque alemán, en tiempos de guerra, 1914.

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El Mapuche

La última cruzada de los Andes: Capítulo séptimo

6 Abril 2015

Un pesado paso de aduanas en el que intenté colar mis almuerzos orgánicos y casi me arrestan bajo multa de 200 dólares. La negativa a tirar mi valiosa comida, unos huevos y unos tomates y papas sin declarar, casi un disgusto. Así volvía yo a Chile, con modernas carreteras y modernas leyes; en el siglo XXI no se puede viajar con comida porque podrías contagiar a un país «limpito».

Mi labia me volvió a salvar el pellejo y continué: quería cruzar a pie los Andes, entrar a pie en Chile, llegar a pie hasta los valles más bajos. Porque si te descuidas, un pequeño tirón a dedo podría moverte kilómetros y perderte cosas como el Mapuche.

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Caminaba por la linda y húmeda ruta que había elegido para cambiar de país, sabiendo que me esperaban los verdes valles de Chile, no lejos de Curarrehue, el primer poblado chileno tras la frontera. Las cargadas nubes del pacífico se estrellan literalmente con los Andes, y descargan allí donde llegan, en las alturas. Las montañas se encargan de devolver el agua al océano a través de ríos y lagos infinitos, paisajes ultra verdes que dejan las praderas patagónicas más orientales de Argentina en un color pajizo y envidioso. Sigue leyendo

La misión de Iguazú

Febrero 2015

Seguía yo subiendo por la provincia argentina de Misiones, un apéndice de entrada a la jungla entre Paraguay y Brasil, cuando decidí que quería averiguar algo acerca de las famosas misiones jesuíticas que dan nombre a la región.

No me arrepentí, pasé un día histórico e interesante paseando por unas ruinas que emergen de la jungla, o viceversa, y que estaban muy bien conservadas: San Ignacio.

Lo bonito del día en realidad fue descubrir de cerca un modo de conexión entre la colonia española y los indios del lugar diferente, un contacto más simbiótico y fraternal, amistoso. Un toque de cordura y pacifismo para limpiar al menos un pelo la abusiva imagen que dejamos en la historia. Detalladamente, un guía nos explicaba cómo, en las misiones, la vida entre ambos pueblos era apacible y ejemplar, y me pareció que en su apogeo habría sido un soplo de esperanza para muchas almas compasivas/insumisas en el avance ultramarino del imperio español.

Los jesuítas llegaban a esta parte escapando de ataques de bandeirantes paulistas y mamelucos, que asediaban y destruían las misiones y querían indígenas para venderlos como esclavos. Se movilizaron unos 12000 indígenas hasta esta área, ofreciéndoles protección y evangelización. Los locales adoptaban los hábitos de trabajo y organización social -a parte de los religiosos-, y en el apogeo contaría con unos 4500 guaraníes que, según me contaron, cambiaban sumisamente hasta su tradición poligámica por una única mujer e hijos con los que vivían en una gran pieza de las viviendas alineadas de piedra que se construían. Supongo y espero que con el visto bueno del mismísimo Dios todopoderoso ese del que hablaban todo el tiempo.

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Lila

Lila es un juego divino que los antiguos indios creen que somos.
Yo he tenido este pensamiento por deformación profesional.

Cada animal creado, ¿podría ser un objeto o una clase de un lenguaje de programación? ¿Está tan depurado este código que no tiene errores, o no los vemos? ¿Alguna vez han tenido una visión cortada de la realidad, como un error en un videojuego? ¿Son los dejavús pequeños ‘bugs’ en nuestro programa? ¿Cómo se programa el fuego? ¿Y el agua?

Muchas veces me he imaginado a un creador con un ratón en la mano y clicando entre elementos así:

Número de patas:
Peludo
Mamífero

A los ojos de un programador como yo, hasta las realidades más complejas podrían ser implementadas por un Programador super-inteligente. Yo no programo videojuegos, pero que se lo digan a uno que sí.

* * *

Es realmente cruel pensar en las formas de vida que viven sólo unos minutos y después mueren como parte de esta creación, sin más trascendencia o significado aparente. Pero solo si los vemos como una entidad separada de todo lo demás, una forma frágil que tiene su aniquilación, egotista.

Si pensamos en el Todo, en nuestro gran Videojuego, en el programa informático global, en la creación total, no es cruel. No? Es una forma, parte de la esencia, del todo, un thread de ejecución en la pirámide, un puñado de líneas de código pero completamente necesarias para que el programa general funcione, o no pete.