Mindfulness (SATI)

Mindfulness es la traducción inglesa de una palabra molona del Pali: SATI. Todavía estoy buscando una traducción al español perfecta, pero a veces el inglés tiene mejores desinencias o sufijos, para montar palabras. Llamémoslo, de momento, ultra-atención.

Podría ser una actividad, algo que experimentar; con palabras se puede describir mientras recordemos que las palabras son punteros apuntando a objetos simbólicos de la mente, y que mindfulness es pre-simbólico, aunque ahora está pasando en tu mente muy sutilmente en periodos rápidos como para captarlo.

Cuando te das cuenta de algo, hay un instante de pura consciencia antes de que la conceptualices o identifiques, un muy muy corto instante de mindfulness. Mientras enfocas los ojos en un objeto, antes de ‘objetarlo’, etiquetarlo y segregarlo del resto de la existencia, antes de pensar ‘Ah, es un nabo’, esa pura experiencia no-mental, es mindfulness. Es como lo que ves por el rabillo del ojo y no con la visión central enfocada, y procesadora.

Nuestro hábito es procesar la percepción en los 4 pasos descritos anteriormente hasta el ‘shankara’ mismo, la reacción, y lo peor, involucrándonos en una cadena de pensamiento simbólico acerca de ello. ‘Un nabo, cuánto hace que no como un nabo, será bien nutritivo, con qué se cocina un nabo, a Fulanita le molan los nabos, a mí la verdad no’. Sigue leyendo

Meditando con birmanos en tierra de budismo

Estoy en tierra de birmanos, y ellos saben. Aquí nació maestro Goenka, el máximo responsable de que la ciencia del Vipassana haya llegado tan lejos en Occidente y en el mundo. En un centro de meditación tengo las facilidades, me cuidan, guardan mis posesiones materiales, me dan de comer, me he introducido en el entorno apropiado de un monasterio.

Una de las cosas que no voy a olvidar de este lugar es la evolución de frescor y sonido que experimentamos desde la mañana -4.00 am- hasta la noche en la silenciosa sala de meditación. Los grillos aún nocturnos, las cigarras del alba, los pájaros, las lecturas en megafonía lejanas del Tripitaka por monjes de algún otro monasterio, de nuevo los grillos en el oscurecer. Y mi respiración, claro.

Pero no estoy aquí para escuchar cigarras sino para escucharme a mí, y el ruido de mi percepción. Son 11 días con voto de silencio, así que es lo que me queda. Alternativamente, escucho al difunto maestro, su voz grabada con mensajes bien escogidos. De ellos, aprendo los siguientes puntos.

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«Bhavatu Sabha Mangalam», dice el maestro tras muchos de los cantos que preceden una sesión de meditación silenciosa. Significa ‘que todos los seres sean felices’. Sigue leyendo

Meditación y el aspecto clínico del budismo

[ref. ‘Meditation in plain English’]

En algún momento te miras, ahí estás. Tu vida está pasando ante tí y tu simplemente vas tirando. Mantienes una imagen, vas; hay momentos malos, pero te los guardas. Crees que debe haber otra manera de vivir, de tocar la vida más plenamente, lo notas a veces. Luego subes, un buen trabajo, te enamoras, ganas la partida, y por un rato, las cosas cambian. «Ok, molo, ahora voy a ser feliz». Pero de pronto eso también se evapora, y se queda en la memoria, con una vaga sensación de que algo está mal. El mundo a tu alrededor vuelve a ser el típico lugar de despropósito imparable: aburre.

Qué te pasa? Eres raro? No, simplemente humano. Y por ser humano, estas atado a una inherente insatisfacción que simplemente no se va: es el mismo mal que infecta a todos los humanos. Puedes esquivarlo, negarlo, ignorarlo, entretenerte con objetivos o con tu status, pegártela, pero volverá: nadie se libra. Tiene muchas caras, puede ser tensión crónica, falta de compasión por otros (incluso tus amados), sentimientos bloqueados, muerte emocional. Una pequeña voz sin palabras que vive en tu cabeza y dice, «no es suficiente, quiero más, lo quiero mejor, tengo que ser mejor». Es un monstruo!

Vas a un evento, una fiesta social. Escuchas las risas, esa vocecilla general, jijiji, que dice diversión en la superficie pero miedo por debajo. Siente la tensión, la presión. Nadie se relaja de veras, es todo falso. Escucha las notícias, las letras de las canciones, es lo mismo. Celos, sufrimiento, descontento, estrés.

La vida parece un esfuerzo contínuo, y nosotros nos defendemos con el síndrome de ‘si’. Ay, si tuviera más dinero. Ay, si encontrase alguien que me amase de verdad, sería feliz. Si perdiese 20 kilos, si fuese rubia. Etcétera.

¿Qué es todo esto? Todo esto viene de la condición de nuestra mente, un proceso sutil y profundo de hábitos mentales:
La esencia de nuestra experiencia es el cambio. El cambio es incesante. La vida cambia a cada momento y nunca es la misma. Pero es la naturaleza del universo. Un pensamiento surge y se va, un sonido llega y se acabó. La gente viene y se va de nuestras vidas. Los amigos llegan, los familiares mueren. Todo cambia, nunca hay dos momentos iguales.

Y no hay ningún problema con ello! Pero la cultura humana nos ha llevado a una costumbre de categorizar las experiencias, de poner cada cambio mental de este infinito flujo en unas cajitas con etiquetas: bueno, malo, neutro. Y dependiendo de en qué caja lo ponemos, inconscientemente, lo percibimos con una cadena de acciones mentales que siguen: si fue bueno, intentamos parar el tiempo y agarrarnos a él; si fue malo lo negamos, lo rechazamos, nos resistimos, luchamos contra ello… Siempre habrá veces en que no conseguimos mantener el placer o huir del dolor, y ahí aparece nuestro sufrimiento.

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Si. El sufrimiento es una gran palabra en el budismo y en Oriente en general: las miserias del mundo material. Pero ha de entenderse por qué. Sigue leyendo

El budismo

Importante palabra a mi paso por Birmania, tierra especialmente budista, ha de tener cabida en mi bitácora, como la meditación, pues no quisiera olvidar las cosas que he aprendido. Una introducción al budismo es necesaria:

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El budismo es una «doctrina filosófica y religiosa» no teísta perteneciente a la familia dhármica, fundado en la India en el siglo VI a. C. por Buda Gautama. Ha ido evolucionando hasta adquirir la gran diversidad actual de escuelas y prácticas.
Las enseñanzas de Buda se mantienen en un compendio donde se transcribieron sus discursos después de la iluminación, llamado Tripitaka (tres cestos).

Hay muchos estilos de meditación. Todas las religiones tienen algún procedimiento al que llaman meditación, pero la palabra está algo deteriorada por el tiempo. Como el yoga. Solemos pensar, en Occidente, que el yoga es tirarse al suelo a hacer posturitas complicadas. El yoga, sin embargo, es un conjunto de prácticas espirituales, la más importante de ellas, la meditación. He conocido el kriya yoga, el bhakti yoga, el hatha yoga (éste es el de los asanas o posturas físicas) o el karma yoga, donde podríamos encajar el budismo.

Lo que me atrajo del budismo en un principio, cuando era un vulgar ateo más de los tantos y mi punto de vista científico se superponía a cualquier visión trascendental de la realidad, fue que era diferente de las religiones teológicas con la que los occidentales estamos familiarizados. Era más una entrada a una realidad espiritual pero sin tener que pasar por deidades u otros agentes; se basaba en una observación de la realidad a nivel físico, algo perceptible con un trabajo extenuante pero con resultados también visibles. Su sabor era clínico, más en relación con la psicología que con la propiamente dicha religión.

El budismo que conozco en su técnica Vipassana es una investigación constante de la realidad, un exámen microscópico de la percepción. Aunque hay muchas distintas sectas dentro del budismo, se dividen en dos corrientes de pensamiento: Mahayana y Theravada. Las dos se expanden en diferentes zonas de Asia; Mahayana es el clásico en Japón, Korea, Vietnam, y su principal conocido sistema es Zen. Theravada es el extendido en Birmania, Laos, Cambodia, Thailandia, y es el que incluye la técnica Vipassana según transmitida por Buda. La literatura Theravada divide la meditación en dos tipos: en pali ‘Samatha‘ y ‘Vipassana‘.

Samatha se puede traducir como concentración o tranquilidad de la mente. Es un estado en que la mente se trae a descansar, enfocada en un objeto de meditación, sin dejarla moverse de él: un mantra, un canto,la respiración, una vela, una imagen religiosa, etc y todo lo demás queda excluido. Cuando se hace esto, se alcanza una calma general muy deseable, una rotura con todo que dura hasta que el meditador finaliza la sesión. Es genial y fácilmente alcanzable pero solo temporal.

Vipassana se puede traducir como introspección, consciencia de las cosas que pasan tal y como pasan. El meditador Vipassana usa la concentración como una herramienta con la que su consciencia puede acabar con la capa de ilusión que le separa de la realidad. Es un proceso gradual que lleva años y mejora esa consciencia -mindfulness- lentamente hasta una realización y transformación completa, pero es permanente. Esa liberación es el objetivo de todas las prácticas budistas.

Theravada nos presenta un efectivo sistema para explorar los niveles profundos de la mente hasta el mismo nivel de la consciencia. De todos los objetos de meditación que pueden escogerse para la concentración, yo solo utilizo la respiración, siempre accesible y representante del ciclo de interacción con el universo del que somos parte. Observándola, observo también los cambios que ocurren en todas las experiencias físicas, sentimientos, percepciones. Estudio mis actividades mentales y fluctuaciones en la atención: todos estos cambios están ocurriendo perpetuamente en cada momento sin pausa, solo hay que verlos, con una trabajada sensibilidad.

La meditación es una actividad experimental. No puede enseñarse como materia escolástica, aunque lo que sé viene del Tripitaka y de los maestros que lo conocen y me lo han transmitido. Es la práctica sobre esas prácticas lo que trae el entendimiento que quisiera alcanzar, aunque soy un ignorante que simplemente difunde información que considera valiosa.

Siguiente, la meditación.

Los Palaung

10 junio 2016

«Cada paso es más duro. Joder con el barro, llevo unos skies de barro bajo las botas, es imposible ascender estas montañas por este camino de barro y sin parar de llover intensamente. Avanzaría más a través, pero es tarde y la orientación es complicada.»

Todavía hay cosas en mi mochila con peste a humedad desde aquellas intensas lluvias monzónicas de Birmania en las montañas de Hsi-Paw, que me hacían perder la paciencia. El día había empezado bien, caluroso y soleado con una catarata completamente marrón café-con-leche, que me dió no se qué bañarme en las frescas aguas opacas, sin saber qué profundidad o qué monstruos flotarían más abajo.

Dos horas más tarde, saliendo ya de toda civilización, empezó a llover para nunca parar. Pasaba por una última aldea de cuento, muy birmana, y sus antiguas casas de madera me llamaban la atención en un silencio sepulcral. Como creía estar preparado, continué bravo hacia la lluvia cerrando mi chubasquero. No pasó mucho hasta que tuve que correr a una cabañita de las que usan para descansar de labores agrícolas, para dejar de empaparme y de paso comer algo.

La lluvia iba y venía, a veces cantaba y otras chillaba, pero nunca paraba. En un canto suave, aproveché para seguir pero ella volvía a chillar y luego susurraba; así pasaron horas de lodo, agua y sudor, con la advertencia adicional de que en aquella zona había saltado una mina antipersonas a un perro de un grupo fuera de ruta hacía un par de meses, o sea, sin salirse del camino por si aquello. Sigue leyendo

Tren birmano a Hsi-Paw

8 Junio 2016

Eran las 2am y otro de esos autobuses birmanos nocturnos me dejaba en una estación perruna de Mandalay, llena de charcos, barro y sombras.

No había dormido mucho: el conductor pita a cosas invisibles de la carretera, y el pitido de un autobús es toledano. El gobierno birmano, en un aparente impulso de independencia o evolución, dijo que se acabó lo de conducir por la izquierda, que por la derecha. Pero no se dieron cuenta de que todos los vehículos tienen el volante a la derecha; la consecuencia es que el conductor ciego a la derecha y un par de copilotos van a la izquierda diciéndole lo que ocurre en el otro carril, con la consiguiente fiesta en cabina.

Entre sueños y un voraz impulso de atacar al conductor el viaje pasó, sin embargo, rápido.

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A las 4 de la mañana salía el primer camioneto hacia Pyin Oo Lwin, de noche: la major opción para salir de la ciudad pesada era en la parte de atrás abierta y metálica y dura de un transporte barato. La claridad llegó con las primers montañas que conocí en Birmania, y con ellas, un súbito frío en aquel camión que me hizo buscar abrigo; con la espalda rebotando en un hierro, las dos manos asidas a otros dos, el balanceo y el frío, aun recuerdo dormir un poco.

Caminando en Pyin Oo Lwin hacia la estación de tren me alegré tremendamente de haber escogido aquel pueblo para un retiro de meditación: el calor espeso de Birmania no iba a ser un enemigo fatal allí… Pero hasta entonces, pasaría 5 días en las montañas remotas de Hsi-Paw, y me subí a un tempranero que tardaba 6 horas pero me regaló, cuando no estaba dormido, los mejores momentos de tren birmano que recordaré. Sigue leyendo

Bagan

El calor es insufrible. Voy caminando por senderos de tierra rojiza en la enorme planicie escogida por los budistas aquí, junto al río Irawadi, para levantar nada menos que 4000 templos y pagodas.

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Vuelvo a dejar las sandalias junto a otros tantos montones de ellas, a la entrada de un nuevo templo.

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Este templo se llama Dhammayangyi y es de dimensiones superiores a los demás; base cuadrada y piramidal. Me postro ante la gran imagen de Buda que hay en la entrada principal y hago mis pequeños respetos mentales. Nadie me ha enseñado a hacerlo, yo he creado el mío propio y lo ejecuto con una simple devoción que ya forma parte de la experiencia de Birmania, un país con un noventa y tanto por ciento de budistas.

Y ahí empieza otra pequeña historia de sensaciones y conexión espiritual. Veo mi colgante de cuarzo tocar el suelo al arrodillarme y apoyar la frente sobre mis manos, también sobre el suelo, y más atrás entre mis piernas, mis pies desnudos; al fondo, la luz de la puerta de entrada al templo, detrás de mí, blanca y pura.

Continúo a la derecha. Los templos suelen tener un recorrido más o menos complejo para circular a través de sus pasajes y pasillos; a veces se encuentran escaleras que llevan a niveles superiores, que pueden tener acceso al exterior: éstos son los mejores para la puesta de sol o el amanecer.

En cada uno de los lados del cuadrado hay imágenes enormes de Buda, su tamaño va en relación al del templo. Y en todos y cada uno de los huecos que hay en las gruesas paredes de ladrillos, que a veces son infinitos, grandes, pequeños, pero sin excepción, hay imágenes de Buda esculpidas en barro, cemento, piedra o madera, muchas veces adornadas con el insistente dorado, el color de la iluminación espiritual. Más del 90% de los Budas, he advertido, son creados en la posición post-iluminación: piernas en full loto y una mano abierta al frente con los dedos en una posición… complicada. Sonríe, sus ojos cerrados, tranquilo.

El olor de cagadas de paloma vuelve a llenarme la cara. Varios perros duermen a la fresca sombra de estas paredes. Los templos son mantenidos mínimamente por los devotos locales, tanto en limpieza como en arreglos exteriores.

Siento en mis pies descalzos las baldosas gastadas por los pasos, camino muy despacio, tengo mucha sed. Van dejando de oírse las voces de los vendedores del exterior, y el silencio llega. Hay varias ventanas altas y grandes con escaleras donde puedo ver el exterior. Doblo la primera esquina y PAM!
Otro pasillo largo de techos altísimos y una enorme abertura al fondo, por donde pasa algo de aire. Mi sudor empieza a secarse.

En este lado del templo hay dos Budas simétricos a ambos lados de una puerta de conexión con el hall de entrada. Encuentro cerca de ellos una escalera que me lleva a un segundo piso; no hay salida pero tengo vistas al interior y exterior del templo. Otro rato de observación.

De vuelta abajo, doblo la siguiente esquina, PAM!
Otro pasillo idéntico, pero con tantos matices que no caben en mis ojos. Estoy solo, y veo que la luz de la tarde entra divinamente por las aberturas del templo con delicadeza, mostrando la realidad oculta de las viejas piedras allá donde llega. Líneas oblícuas de sol caliente y sombras frías, pegando aquí y allá.

Puertas de madera muy vieja, muy vieja, en las que pega el sol y puede verse una belleza extraña incluso en sus grietas, rojizas.

En este lado del templo hay un Buda completamente diferente a los demás. Tiene una expresión armónica y natural, benevolente y tierno. Simple, aún no está iluminado, trabaja aún con su introspección, no es de oro. Este es mi Buda, pienso, mi preferido de Bagan. Sin duda.

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Me postro de nuevo, esta vez ante él. Me rindo con ganas, me arrodillo con ganas y sabe rico el doblar el cuerpo y sentir el templado y sucio suelo. Le hablo. Le agradezco que compartiese su experiencia con el mundo, paso a paso.

Me siento a meditar y sí, es de esas veces que sí. Nadie pasa, el y yo solos, la energía fluye, siento mi cuerpo de arriba a abajo, tal y como él enseñaba, sensibilidad máxima, me quedo algo absorto entre sensaciones y pensamientos inevitables y …

… hmmhm …

Una brisa fresca me acaricia la espalda. Parece que se está levantando una tormenta calurosa. Sensible, quiero continuar. Me levanto y vuelvo al pasillo, en la siguiente esquina PAM!
hay una corriente de aire fuerte que traen las nubes de lluvia, a través del templo, ¡Qué placer! Me asomo a ver y sí, el cielo está gris y amenazante, no me importa, puedo estar aquí, en este pasillo, con esta corriente, toda la vida.

Me pongo a caminar pie con pie, midiendo pies, juntando el talón de uno con la punta del dedo gordo del otro, haciendo meditación de caminar, silencio, ojos cerrados, observando cada paso con la mente, desde el culo hasta los dedos de los pies: un mar de sensaciones.

Las baldosas gastadas por los pasos. Templadas. Otro rato de introspección.

Mindfulness, consciencia total, Ahora.

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Ahí fuera está mi bici de paseo alquilada.
El tiempo se estabiliza y voy a continuar, por caminos de arena rojiza que ya no arden, puedo seguir descalzo, hasta otro templo, tal vez pequeñito, para la puesta de sol. Hay tantos que es fácil doblar las esquinas de sus pasillos en la más absoluta soledad/silencio. Y sentarse con luz suave a entender de nuevo, junto a Buda, la calma.

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Medito un nuevo día en otro templo antes de salir y ver…

Amanecer en Bagan

… el amanecer en Bagan

Sabor Birmania

Birmania

02 junio 2016

En Birmania todos los perros son grandes y de una misma raza galguna. Como es normal en Asia, aunque en diferentes grados, se quitan del medio cuando uno se acerca: se nota que los tienen a raya. Desconfían. Pero les encanta dormir en la carretera, en el peligro. A mí me acaban ladrando a menudo porque notan demasiado la rareza en mi presencia, y a veces todos los de un barrio me acompañan ladrando. Debo ser un canteo para ellos. Hasta que me caliento y acabo agachándome a coger una piedra y desaparecen. Ese gesto es terror. Saben.

Todo el mundo masca, desde niños, Paan: un preparado con una hojita que envuelve betel con un poco de bicarbonato. Los llevan todos en una bolsita de plástico en el bolsillo y van sacando los paquetitos de hojitas como si fueran chicles. Al masticarlo, se les pone la boca roja y líquida intensa, rollo sangre, hasta que no se les ven ni los dientes Pero dicen que es para cuidarse los dientes, que es saludable. Y seguro que coloca.

Es de las cosas más terribles que he probado en la vida. Un sabor insoportable, a la altura de la ayahuasca. A veces mantienen el líquido en la boca mientras me hablan, porque es rico para ellos y no quieren desperdiciarlo si han empezado uno hace poco. Así que me hablan como aquel que se está lavando los dientes, con la barbilla arriba. Si llevan mucho rato con él, escupen un chorro rojo enorme, y hablan.

Porque en algún momento hay que escupir, así que, sin gestos de excusa, se giran buscando una acera, sacando la cabeza por la ventana o por la puerta del coche que abren entera a tal efecto, y fuera un buche al suelo que parece que les acaban de saltar los dientes de un puñetazo. Mujeres lo mismo. Y gapos bien majos también.

Hay muchas bicis clásicas, ferrosas y oxidadas, que se venderían curiosamente a miles en Barcelona por lo cool que lucen. Los niños las usan para ir a la escuela, cuyos patios quedan atiborrados de ellas aparcadas, y llevan unas alforjas cruzadas en el pecho que parecen bandoleras de condecoración, de muchos colores diferentes, muy bonito.

Especialmente las mujeres, todas, pero también algunos niños y hombres llevan la cara pintada con una pintura blanca-beige, rasgo cultural y me dicen, también, que aclara la piel. Los hombres, todos, los que son house-holders (llevan una casa, no son monjes) usan como atuendo principal una camiseta de tirantes blanca estirada, sucia y medio rota y un sharung, trapo largo cerrado, sobre las piernas, luce como una falda.

Entre Thanbyuzayat y Mudon he parado a dedo perdiéndome en las callejuelas de las calles. La casa típica, al menos en esta zona, es elevada, de una madera oscura o negra preciosa, con formas cuadradas en la mayoría pero en casas pudientes se acomplejan. Lo que es común a todas, es que tienen una extraña ventana diferente, con cristalitos de colores o amarillos, que sale hacia afuera para captar luz y desde dentro ha de verse como un hueco empotrado de luz en la casa. Es, sin duda, el altar donde tienen a su Buda.

A veces paraba en una especie de escuelas de donde salía un delicioso sonido de gente y niños tarareando una melodía repetidamente, nunca supe qué era y el sonido me lo robaron como tantos otros de Birmania con la grabadora… :(

El país es, hasta ahora, plano, plano y plano. Hay grandes extensiones de campos inundados con muchos bueyes. En Birmania no existen las máquinas agrícolas. Hombres solitarios siguen con una pareja de bueyes tirando de un arado por los campos. En el amanecer del tren nocturno que me llevó de vuelta a Yangón para recoger mi pasaporte visado a India y seguir al norte del país, no ví otra cosa que aquello, aquello y casas aisladísimas de papel bambú que habían de estar inundadas, pero se lo montan para salir limpios e ir al cole y a trabajar por caminitos elevados y la vía del tren.

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Son tierras donde el Buda dejó su legado intacto hasta hoy. Estoy encantado de haber llegado a la cuna de un estilo de vida que tanto me ha dicho, cambiado y enseñado en los últimos años. Los monjes budistas, los de cabeza rapada y túnica violeta, están por todos los rincones del país, siempre correctos y con mirada tímida. Hay millones de monasterios budistas.

El sonido de los masjids musulmanes de Indonesia se ha cambiado por el de gongs y percutores de madera que vienen desde la distancia, indicando una nueva sesión de meditación o algún nuevo horario. Después de un par de noches durmiendo en monasterios en el estado de Mon, he podido ver que utilizan las mismas prácticas y horarios que ya conocía, -y que por ser extendidas internacionalmente por la asociación Dhamma, pensé habrían sido modificadas para suavizarlas-. Lugares libres de distracciones, ruido e interrupciones. Segregación sexual, falta de posesiones. Alguien encargándose de la comida o la seguridad, o de las cosas mundanales, mientras uno puede colocar toda su concentración en meditar y la atención en su interior. Toda una preparación para mi siguiente curso.

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Desgraciadamente, la globalización sigue destruyendo el exotismo. Desde las chozas más rudimentarias de la Indonesia perdida, donde podía llegar con la moto, hasta las humildes casas rurales de Birmania que, aunque al menos siguen techando con hoja, también tienen en un rincón la tele de plasma, donde todos miran y callan en los momentos más familiares, como la cena.

Canales de mierda con telenovelas de risa asiáticas, o canales satelitales con un Real Madrid-Betis.

Las pantallas blancas de los móviles modernos lucen en las noches, iluminando las absortas caras de sus ausentes usuarios, e incluso los monjes llevan uno entre sus atuendos.

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No puedo salirme de las rutas principales en el estado de Mon para buscar paz y bosque en mis noches de camping porque los locales me paran y me señalan la ruta principal de vuelta. El turismo se abre en Birmania pero lentamente.

Cuando intento dialogar, me hacen gestos de armas, con lo que interpreto militares o algo. Es frustrante porque parece que Birmania está limitada a la carretera principal para los turistas, que a mí me gusta evitar a menudo, porque no he podido entrar a ver la Birmania profunda rural aún, pero he acampado evitando esas zonas igualmente en los últimos días en playa y bosque, y disfrutado en la misma medida.

[no hay más fotos en yomelargo]