Junto al río Uruguay

13 Febrero 2015

Recuerdo un lugar en la provincia de Entre Ríos especialmente por unas grabaciones salvajes de mis excursiones de puesta de sol y adentramiento en la noche. Se llamaba el Palmar, una reserva junto al anchísimo río Uruguay, llena de animales extraños que se metían entre las tiendas de campaña por las noches y por debajo de las mesas. Era un lugar precioso, con inmensos árboles, extraños bosques y vastas extensiones de palmeras con campos verdes y poblados de animales. Un pequeño río daba vida a la reserva antes de desembocar en el gran río Uruguay. En este último veía la luna salir reflejada en sus aguas, que bajaban a Buenos Aires, como yo. Del otro lado, Uruguay, pero muy lejos, mucha agua fronteriza en medio.

Una tarde que me creía perdido, un zorro me siguió o acompañó durante un rato hasta el pequeño río, donde grabé el entorno y sus sonidos. Se ponía el sol y los carpinchos, protagonistas del parque entre muchísimas especies protegidas, se llamaban unos a otros para bañarse.

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Ya en la cálida noche veraniega, las estrellas eran muy resultonas antes de la llegada de la luna, y me tumbé en medio del camino boca arriba para observar satélites que parecían pasar todos a la vez, mientras escuchaba la oscuridad palmarense…

de cómo despedirse de América

Antes de volver a Valdívia para embarcarme definitivamente en el Zanzíbar hacia el pacífico profundo, y después de varios días en ciudades chilenas, necesitaba sentir de nuevo la libertad de la montaña, la mochila en la espalda, lo salvaje. Me fui a la montaña más alta de América.

Una noche cálida que me permitió de nuevo dormir colgado en mi red y una mañana helada en cuanto algún camión me dejó a dedo ya en las alturas de los Andes, después de una subida serpenteante de mil curvas, cerca de la frontera Argentina hacia Mendoza, donde el sol no aparece tanto porque las montañas no lo dejan.

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Caminaba subiendo por una carretera empinada helada donde me dolía la garganta de respirar frío. Y esta parte de los Andes podría estar bajo metros de nieve ya en esta época, pero el invierno no quiere llegar aún a Chile. El tiempo está raro en todo el mundo. Un zorro con cara triste se me acercó descaradamente, ya son varios los zorros que he conocido en este viaje.

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La misión de Iguazú

Febrero 2015

Seguía yo subiendo por la provincia argentina de Misiones, un apéndice de entrada a la jungla entre Paraguay y Brasil, cuando decidí que quería averiguar algo acerca de las famosas misiones jesuíticas que dan nombre a la región.

No me arrepentí, pasé un día histórico e interesante paseando por unas ruinas que emergen de la jungla, o viceversa, y que estaban muy bien conservadas: San Ignacio.

Lo bonito del día en realidad fue descubrir de cerca un modo de conexión entre la colonia española y los indios del lugar diferente, un contacto más simbiótico y fraternal, amistoso. Un toque de cordura y pacifismo para limpiar al menos un pelo la abusiva imagen que dejamos en la historia. Detalladamente, un guía nos explicaba cómo, en las misiones, la vida entre ambos pueblos era apacible y ejemplar, y me pareció que en su apogeo habría sido un soplo de esperanza para muchas almas compasivas/insumisas en el avance ultramarino del imperio español.

Los jesuítas llegaban a esta parte escapando de ataques de bandeirantes paulistas y mamelucos, que asediaban y destruían las misiones y querían indígenas para venderlos como esclavos. Se movilizaron unos 12000 indígenas hasta esta área, ofreciéndoles protección y evangelización. Los locales adoptaban los hábitos de trabajo y organización social -a parte de los religiosos-, y en el apogeo contaría con unos 4500 guaraníes que, según me contaron, cambiaban sumisamente hasta su tradición poligámica por una única mujer e hijos con los que vivían en una gran pieza de las viviendas alineadas de piedra que se construían. Supongo y espero que con el visto bueno del mismísimo Dios todopoderoso ese del que hablaban todo el tiempo.

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Huesos del desierto, montañas de colores y calor

Enero 2015

Una de las primeras cosas que me pasaron en Argentina fue un malentendido haciendo dedo con un feliz conductor de su camioneta que decía sí a todo y me sacó unos 300 km de mi ruta hacia desiertos impresionantes en el noroeste de Salta. Pero para cuando mi orientación reveló el error, el auto ya no se cruzó nunca más con otros, para darme la vuelta con alguno, y uno no puede quedarse, obviamente, esperando en el medio del desierto. La camioneta corría velozmente y mi impotencia de estar yendo a donde no quería sin poder parar era pesada. Un polaco con el que caminaba esos días corría la misma suerte que yo y no podíamos más que someternos a la suerte.

Tan escaso era el tráfico en el lugar al que llegamos, Tolar Grande, que cuando pregunté cómo volver, me contestaron que aquel día habían salido dos vehículos hacia San Antonio de los Cobres, los dos que nos habíamos cruzado antes del percate. Si una furgoneta va de aquí a allá, todos lo saben, todos me hablaban de aquellos dos coches, era el evento del día. De hecho, nuestra única probabilidad de salida, era volver con el mismo tipo feliz que nos había llevado, dos días más tarde.

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9 sugus

Cuando llegué a Argentina me compré 9 sugus, daban tres por un peso, pagué 3 pesos, 3×3, 9.

Canturreaba otro día al sol, viajando a dedo en una camioneta que me llevaba a Humahuaca, la canción para niños que en España pensábamos era de Rosa León pero resulta ser de Maria Elena Walsh,

había una vez una vaca, en la quebrada de Humahuaca…

Ví cómo le pitaban a todos los gauchito gil (venerada figura popular del campo) que hay junto a las rutas en pequeños santuarios rojos, y cómo le veneran con bebidas y dinero.

Por la noche me tiré en la calle con los jóvenes que veranean y viajan vendiendo empanadas, tocando música, o con artesanía, y nos embriagamos en vino argentino. Me hinché a empanadas horneadas de carne, pollo y cantimpalo en un horno de piedra, y después ví una peli de cine argentino por la tele.

En un camping, observé a las familias junto a sus viejos autos ford, caravanas y grandes tiendas de campaña disfrutando del verano en familia, con la abuela, el toldito, las sillas plegables, los niños y hasta televisión, y por supuesto el gran asado, humeando a unos pocos pasos, con un hombre barrigudo abanicando carbón y una gota de sudor en la frente. El lugar se llenaba de humo sabroso al atardecer y tuve que asarme un increíble vacío que se cortaba como mantequilla y un chori junto a mi tienda.

Al llegar a Buenos Aires ví una mujer cantar tango junto a un guitarrista en un bar nocturno, bajo la tranquila pero atenta mirada del camarero y de todos nosotros, que callábamos el silencio escuchando.

Comenzaba a paladear, así, los innumerables e intensos sabores de la gran Argentina, cuya gente saluda y tira buena onda en cualquier lugar, y con la que uno puede hablar siempre como si conociera de hace tiempo.