De lo profundo del intelecto (el amor)

Septiembre 2016

No cabe duda de que son grandes las teorías orientales expuestas sobre el condicionamiento humano a un inherente sufrimiento o insatisfacción que es notable en la inestabilidad global de hoy. Entendidas con esfuerzo, tampoco cabe duda de que son grandes verdades con un gran poder curativo para el atasco material que tenemos con los sentidos, y el hábito del deseo-placer-dolor.

Éstos, han sido años de desapego material a los objetos de placer; de contar con una mochila como única pertenencia; de no sufrir identificación con ninguna costumbre o tradición ni con ninguna estructura social o establecimiento político, por el mero carácter y espíritu nómadas de la experiencia, que evitan arraigo y apegos y promueven la opinión objetiva sobre las cosas; de perder todos los antiguos hábitos a placeres y deseos (y por tanto, dolores) de alcoholes, tabacos, estimulantes e intoxicantes en general, coca-colas, chocolates, helados y el etcétera que sobrepase aquello relacionado con la supervivencia básica -comida plana- bajo un propósito de economización de largo recorrido que podrá entenderse; finalmente, han sido años de continuada soledad, que es bien responsable de la conclusión de este escrito; recientemente llegué en dos ocasiones a una interesante realización que tiene tanto peso como para escribirla, aunque no diga nada nuevo que no sepamos.

El desarrollo del amor y la compasión por los demás, si es que queremos considerarlos cosas diferentes, se convierte en una misión pues son palabros universales que han sido objetivos en el viaje por su importancia y recurrente aparición en todas las esquinas sabias. Buscándolos sin encontrarlos en mí mismo, pues creo que los hemos perdido en algún lugar y a ver dónde diantres andan, he sentido algún destello como los siguientes.

* * *

La primera vez fue tras varias sesiones de meditación sobre este mismo concepto de la esclavitud a las cosas materiales y el contínuo proceso de la mente por ‘querer’ o ‘necesitar’ cosas y placeres para el simple día a día. Aún surcaba la vida asceta del budismo birmano y su técnica para erradicar tales comportamientos, pues la verdad sobre ellos es compartida en la espiritualidad oriental en general. Preguntándome reiteradamente qué es lo que verdaderamente necesitaba de la vida, sentado en meditación tras horas y en algún momento de ligereza material, superación del dolor o pequeña liberación del cuerpo, me sentí tan ‘desapegado’ de la existencia ordinaria, que parecía no importarme, alas, ni mi propia vida física. Hurra, pues las escrituras védicas dicen que la inexistencia de la materia y la unicidad del Espíritu no han de encontrarse en teorías ininteligibles o dogmáticas, sino en la investigación científica interior, la observación y el entendimiento exacto. Los segundos pasaban y unas gotas de sudor del calor birmano cayeron entre mi espalda y mis ropas. Me dolían las piernas, de nuevo, pero de una manera lejana. Suponiendo que me desidentificara instantáneamente de mi cuerpo, olé, me vino un terrible sentimiento de vacío cuando llegaron a mi mente mis seres queridos, cuando sentí por un instante que ni siquiera la desaparición de los mismos podría perturbar mi Calma y mi desidentificación con las cosas materiales… incluyendo a mis familiares (!)

Una reacción de alarma invadió mi mente y me distrajo. ¡NO! exclamó una voz interior en un sobresalto insumiso. Un tanto sobrecogido, y volviendo a una consciencia más ordinaria, entendí. El amor era lo único que quedaba en lo más profundo de las cavernas oscuras de la mente, donde hay que entrar arrastrándose tras un abismo de pasos inseguros de ignorante en un mundo de sabios. El amor más puro que conozco, de momento, el de mi familia, subió de las profundidades silbando como un murciélago. ¿Era aquel límite el que traspasan los yogis para la entrega total de deseos materiales y amores, el mismo que pasan los sanyasis en su camino al entendimiento, a Dios, dejando atrás mujeres e hijos?

Era de cualquier modo la única cosa de valor de la que no podría librarme, la única que daba sentido a todo, incluída mi vida.

* * *

La segunda vez fue hace no muchos días. De la fascinante ruta de monasterios budistas que hice en el reino de Sikkim, absorbido por India hace años pero con una identidad brutal y encerrado entre el Nepal, el Tíbet y Bután, destacaría el monasterio de Tashiding. En lo alto del capullo de una flor de loto, con otros inmensos montes místicos como los pétalos a su alrededor (visto desde Rabdentse es muy obvia esta poética comparación), es el lugar de peregrinación de todo monje budista de la tradición tibetana, la que impera en todos los Himalayas hasta este lugar. Aquí residió largo tiempo Gurú Rinpoché, considerado el segundo buda tras Gautama, reunidor del conocimiento de los anteriores y nacido de Loto, es la figura más venerada del budismo Mahayana-Vajrayana. También se le conoce como Padmasambhava.

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Por suerte, cuando llegué a este monasterio bajo la lluvia antes del oscurecer, cargado y cansado, un único otro residente nocturno de las inmediaciones me recibió en una casa oscura. Se trataba de un verdadero adepto, un jóven y sabio practicante de la escuela, proveniente de otros Himalayas indios, los de Kashmir, pero que se había retirado a este misterioso lugar muchos días y por tercera vez, inmerso en su práctica y el interés por la historia de los Rinpoche.

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De él aprendí muchas cosas de este budismo, y tantos otros secretos y leyendas sobre Tashiding. Extrañas cosas ocurrían en aquel promontorio. Y con él llegué de nuevo a una evidente realización intelectual.

Una de aquellas noches en aquella casucha de madera, a la luz de las velas, nos zambullimos en una conversación trascendental centrada en la finalidad absoluta de cada religión y la/las de el/los ‘budismos’ establecidos, que en el segundo caso suele ser el estado ‘nulo’, o el Nirvana, o la iluminación total, dependiendo de la escuela.

Yo preguntaba que dónde quedaba Dios para ellos -que tras el último camino por India no era tan fácilmente descartable como cuando nadaba en el Budismo Theravada que impera en el sudeste asiático-; suelo preguntárselo a todos los grandes lamas que encuentro en los monasterios, para ver o formar una conclusión propia, pues es una respuesta muy difusa.

Pero con este muchacho llegamos a acordar que Dios ‘no está’ en la teoría original budista, así como el mundo que percibimos no existe realmente, sino que es una proyección de nuestras mentes. Resistiéndome a tan seria afirmación, le replicaba que si yo movía la vela cuando él no miraba, después la veía en el nuevo lugar al abrir sus ojos, con lo que ha de haber una realidad remanente más allá de nuestros sentidos y observación.

Entrando en esta reflexión a fondo, llegamos a un punto de tal profundidad filosófica que, de nuevo, resbalé ante un precipicio de horror provocado por la probabilidad, entendida solo a nivel intelectual, de que nada de lo que amo existiese de verdad; sentí una rebelión interior violenta ante el hecho de que alguien esté jugando conmigo, un vacío tan horripilante como el que puede sentirse en la película de ‘Abre los ojos’, ante la idea de que todo sea mentira. De nuevo, el amor más puro que conozco volvió a ser la unidad indivisible que cancelaba con autoridad tal hipótesis y devolvía la confianza a mi espantado corazón.

Justo después de aquello pasé unos días en una casa de huéspedes donde solo había también otra persona: un monje real que venía desde Tíbet a retirarse meses en su práctica, junto al lago Khecheopalri. Encima de mi puerta ponía, en seis idiomas, ‘Love is the key’, el amor es la llave. Aquel monje y yo hicimos una relación estupenda sin hablar nada de inglés, a gestos, pero entendiéndonos sobre el budismo. Cada mañana le oía canturrear sus oraciones, como al muchacho de Tashiding, a través de la fina madera entre cuartos. Aprendí con él el significado del mantra más grande de los Himalayas. Ohm Mani Padme Hum, cantábamos, el mantra para desarrollar la compasión y el amor por los demás, de uno mismo. El último día note su pena cuando marché en la mañana, y agarró mi cabeza chocando su frente contra ella como abrazo. Me dio sus bendiciones y me despidió desde el balcón.

El libro que leí en aquella casa, de un gran maestro hindú, Sri Yukteswar Giri, acababa, después de mucho rollo, con una exhortación al lector para nunca olvidar el gran objetivo de la vida: el Amor, que es Dios, decía.

Ya sé que es un cliché pero, al igual que Yukteswar, me siento partícipe de tal verdad y no puedo sino expresarla como una de las máximas, alcanzadas con esfuerzo, de este viaje, como el único objetivo, que las circunstancias habían grabado a fuego insistentemente en los últimos días.

9 comentarios en “De lo profundo del intelecto (el amor)

  1. Te quiero, harekrishnaharerama, y existo, no ya porque piense, como el filósofo aquel, sino porque te quiero (querer de amor, no de querer una cocacola). P.D. Qué gran post. Hareharehare. Qué rico ser querido por el lama Dani y existir así doblemente. P. D. 2: «apresúrate lentamente» a volver donde te espera tu familia que te quiere.

  2. Love is the key, còmo dignifica y serena el instaurar como filosofía y fe esa gran verdad. Supongo que cada uno de los afortunados la encontramos en un momento y lugar diferentes a lo largo de nuestra vida.

    Cuándo nació Candela conoci qué hay en la parte más oscura y desconocida de mí misma, conoci la verdadera humildad de quién se sabe igual de fragil a todos sus semejantes . Cuándo nació Martín me salve. Qué ganas de poder enseñarte lo más hermoso que he hecho en la vida.
    En estos años duros de adaptación y aprendizaje, a la única conclusión a la que llego es que llave es la generosidad y la generosidad es amor
    Ahora mi alma está mucho más plena estoy segura de que no he aprendido a querer más pero sí mucho mejor

    Muy hermoso querido primo.

  3. ¿Qué duda cabe?
    All you need is love.
    Para ese viaje no habían hecho falta alforjas.
    Tengo que releer la parábola del hijo pródigo, a ver si ahora la entiendo .
    Pero de momento siento que tengo un hijo pródigo en sabiduría y cada vez se prodiga en mí más el deseo de verlo y abrazarlo. (¡Ay¡ el deseo-placer-dolor)

  4. Brother! Ya ves que estás lleno de amor!
    Tras leer tus últimos post he pensado que quizás te resulte interesante en tus investigaciones echar un vistazo a un mini documental muy bello e inspirador (a mi me lo resultó), se llama «The overview effect». No tiene nada que ver con religiones y sin embargo es tremendamente religioso…
    https://vimeo.com/55073825

    I hope you like it!

  5. ¡Primo querido! Son increíbles tu aventura, las experiencias de las que hablas y esa comodidad que expresan tus palabras, encariñadas con tu maravilloso viaje. Y qué decir del tan bonito descubrimiento del que hablas en este post… Espero que ese amor tan profundo te acompañe y te haya acompañado, especialmente, en el día de hoy.
    Un beso muy fuerte de las tres, ¡estamos deseando verte!

  6. Feliz cumpleaños Jans…que peazo de aventuras estás viviendo, pero nada comparado al abrazo y las ganas de verte que tienen los lantarones!! Muac!!

  7. Jolines family y amigos!

    Que rico es encontrar todas estas senhales de apoyo y Amor en mi cuarto cumpleanhos de ruta… Lo pase en el templo de Muktinath de Mustang, Nepal, y como otras historias que ya no salen por este blog, fue maravilloso como los anteriores y os lo contare de boca, a ser posible -rezo por ello cada dia- bajo el calor del hogar de nuestra abuela o con unas tapas de por medio. Deseo tanto como vosotros el abrazo y el encuentro.

    Nada va a ser igual en mi vida despues de esta hazanha, y estoy muy alegre por ello en mi nueva edad.

    Os amo,

    DSL

  8. Hola Dani.
    Tú no me conoces, pero yo te leo en ti viaje.
    Soy otra Alicia (QUE TIENE TANTO Q VER CON TU HERMANA, POR CIERTO..)

    Espero conocerte pronto. Es tu familia de Deba …. Sé q estás cerquita de casa ya.
    Un abrazo fuerte de corazòn de una primica q no te conoce pero q ya sientr una conexión fuerte contigo
    ..besod..

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