Primer contacto con Birmania

5 junio 2016

Así como recorrí Indonesia en moto, el transporte principal en Birmania fue el tren.
No es que tengan un sistema de railes espléndido, pero están ahí y son auténticos.

El primero fue en Yangón para llegar al centro desde el aeropuerto. Solo hay taxis de 10 dólares y caminé hasta una estación de tren para ahorrar. Era extremadamente barato y pasé dos horas de primer contacto con la gente local y de suspiros en un tren que parecía descarrilar en cada curva. Lento y ruidoso, cada vagón se movía increíblemente a todos lados con respecto al anterior. Su sonido, como en el siglo XIX.

[sonido tren]

* * *

¿6 días para la visa de India? Yo, me largo.

Lo primero que hice en Yangón fue tramitar la visa para India, necesaria para un complicado permiso del gobierno que necesito para cruzar la frontera por tierra desde Sagaing, Birmania a Manipur, India.

Habiendo dejado todo entregadito, incluído pasaporte, y con 6 días de espera por delante me fui al sureste del país. Este apéndice es una larga y estrecha extensión con costa por un lado y Thailandia por el otro, lo que me interesa porque se me ha antojado pasar por una playa birmana, y acampar.

La primera parada fue Mawlamyaing, donde hice un recorrido por todas las pagodas y templos en el calor insoportable de la zona, con lindas vistas al enorme río Salween.

Birmania está en mi ruta, entre otras cosas, por su exotismo y porque es budista en su práctica totalidad: no he conocido una tierra con tanta devoción por el budismo, y quería integrarme en ella y sentir esta filosofía de vida día a día. Hay templos, pagodas y monasterios por todas partes, y muchos monjes (menos monjas) pueblan las calles y rincones con sus atuendos granates, lo único que poseen.

Tras la lenta llegada de la democracia al país, cuyo gobierno civil actual de república parlamentaria -dudosa- cuenta tan solo con 4 años, y que cuenta con la valiente y carismática Premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, cuya foto está en todas las casas, el turismo se está abriendo y está recibiendo el apoyo que merece en un lugar tan interesante y distinto como Birmania: a veces ya da la sensación de estar masificado. Es otra razón para visitar Birmania antes de que todo sean tours caros y alojamientos absurdos.

Así que ya es normal para los monjes alojar de vez en cuando a extranjeros: una vez hechos los pertinentes respetos a las primeras figuras de Buda que visitaba en Birmania, poniendo respeto e interés ya que mi próximo retiro budista estaba ya próximo en el norte, decidí que continuaría hacia el sur, directamente en busca de mi primer monasterio real para pernoctar.

Me puse a hacer dedo -ha funcionado bastante bien en Birmania- y sin entenderme con un conductor, por alguna razón me dejó en un pequeño monasterio cercano. Dentro, un maestro adulto entendió bien mis intenciones y sin retraso, me prepararon una colchoneta en el suelo de la sala principal, donde ellos descansaban. Pero la mayor parte del tiempo la pasé con un joven monje de unos 15 años, con el que me gustó intercambiar palabras y comprobar que mis conceptos adquiridos externamente sobre aquella forma de vida estaban bien fundados.

Me fui a buscar algo de cenar viendo que también cumplen con todas las prácticas que yo conocía, como el ayuno en la cena, y el maestro se acercó a decirme, muy gracioso, que volviese pronto, que no me fuese a beber por ahí!!!

Tras una noche de suelo y otros hombres roncadores por ahí alrededor, me desperté con la noticia del maestro de que iba a visitar el mayor centro internacional de meditación en el sur del país, a tan solo unos kilómetros, Pa Auk.

El mismo conductor apareció espontáneamente (debía de prestarles algún servicio) y nos recogió a mí y a otros del monasterio. Después, me dejó con mi mochila en las puertas de un lugar donde debía caminar hacia el interior del bosque, y caminé.

Estaba algo nervioso porque sabía que aquello podía significar una larga estancia y compromiso con el lugar. Parecía una enorme institución! Me dieron un nombre y pregunté por él, pero cada vez que lo hacía me contestaban con la pregunta, por gestos, de si había comido. Al decir que no, me sentaron en una cocina comunitaria yo solo, y me hincharon a comida.

Empecé así a experimentar la infinita benevolencia y generosidad sin cuestiones de los monasterios y de aquella buena gente. Desgraciadamente, tras descubrir una interesante sala de meditación y muchas atractivas cabañas entre los árboles, el hombre bajo aquel nombre inpronunciable se negó a aceptarme, serio, por no tener pasaporte encima; el gobierno birmano es muy estricto con estas cosas.

El poco apego que había podido generar en tan poco tiempo a la idea de quedarme no fue difícil de destruir y salí con mis ganas de playa. Y comido.

Pero todos arrugaban la cara al preguntarles por playa, y me fueron direccionando al sur, pasando Thanbyuzayat, y llegando con locales a la playa de Setsé. Uno de ellos me explicó que el gobierno actual tiene mensaje a los ciudadanos de ayudar en lo posible a los extranjeros, aunque no pueden alojarles bajo ninguna circunstancia: el visitante ha de quedarse en hoteles designados para turistas que suelen ser caros. Pero yo no sufrí mucho aquella condición, y pude entender aquel mandato de ayuda a los viajeros conforme pasaron los días, viendo que los birmanos hacen lo que sea por ayudar.

* * *

Las aguas no eran transparentes, ni las arenas blancas: tampoco lo esperaba.
Varios caballos paseaban gente por la playa, un potrillo corría persiguiéndolos de aquí para allá. Varios monjes se bañaban en las olas riéndose con esa inocencia que provoca la vergüenza al ser tumbado por las olas sin control. Era una playa rural.

Varios puestos ofrecían comidas en el espacio central y unos hombres intentaron alojarme en caras casas de huéspedes. En el centro del horizonte marino, una misteriosa isla lejana. En el extremo derecho de la playa, una pagoda dorada con su puntiaguda cubierta sobre un islote rocoso. El día, filtrado por las nubes.

Comencé a caminar lejos de la civilización para buscar un lugar donde acampar y un hombre me gritó redirigiéndome de vuelta, muy agresivo. Fue el primer choque cultural birmano que no supe llevar, por no entendernos. Me alejé de su supuesta propiedad y escapé hacia playa lejana.

Fue una noche sin incidentes, refugiado del viento tras arbustos, pero nunca se fue la sensación de incertidumbre de estar en un lugar extraño e imprevisible, donde quizás hacer algo como caminar sin camiseta pudiese ser una ofensa peligrosa: por la mañana, una mujer muy cubierta de ropa pastaba su rebaño de vacas a decenas de metros, tras la playa.

Campamento recogido, mochila escondida y cubierta con hojas bajo la lluvia, me fui hasta el final de la playa porque ví que pasaban motos cuando bajaba la marea, en esa dirección. Había una aldea tremendamente interesante y rudimentaria, pero me miraban con recelo, y me costaba integrarme por esa inseguridad de la novedad y las leyendas birmanas. El único que me habló fue un muchacho que transportaba viejos troncos de bambú, enormes, en el agua del mar, y después los subía uno a uno frente a su casa para construir algo. Le ayudé a subir uno, tremendo peso, pero no me entendía.

* * *

No me dejaban avanzar, en algún lugar cercano a Thanbyuzayat, por un camino hacia las montañas; hacían gestos de armas, debía haber una base militar. Así que me salí de la carretera no muy lejos y avancé una hora por bosques, buscando otra noche de sentimientos birmanos y aventura, ahora entre árboles, pues me quedaba comida.

Cuando creí estar suficientemente lejos de todo, encontré justo una cabaña de las que usan para protegerse de la lluvia en esta temporada húmeda del año. Solo tenía dos paredes de papel bambú pero podría cocinar en ella y protegerme; coloqué la tienda donde no había barro y la hamaca frente a la cabaña. Exploré la zona: casi caigo a un pozo de agua donde precisamente había una serpiente observando! La pobre debía estar atrapada… Intenté ayudarla con un palo pero se sumergió para siempre…

Con las cosas hechas antes de la oscuridad y un buen antimosquitos, me tumbé a leer mi libreto sobre mindfulness, un estado de presencia budista que persigo a menudo en estos días birmanos. ¡Que paz estar de nuevo entre árboles, sabiendo que nadie me ha visto o va a extrañarse conmigo, oscilando en la hamaca! Es la primera desde Indonesia y de Birmania, y ya lo echaba de menos. Curiosamente, todos los árboles alrededor tenían un cuenco de coco junto a un corte en el tronco, recogiendo su savia, extremadamente blanca.

Haciendo dedo por aquella caliente ruta ví cosas muy birmanas como dos montañas de roca a ambos lados de ella: una con un templo budista en la punta, muchas pagodas doraditas, y otra con un templo hindú, abandonado y lleno de monos que me quitaban la comida. Fue una puesta de sol espectacular.

Imagen externa

Más tarde ví a alguien usando la savia blanca de los árboles, y aprendí que la usan para la pintura que tantos birmanos, especialmente mujeres y niños, llevan en la cara, por costumbre y para blanquear su piel: quieren ser más blancos, como los de la tele…

Ésta y otras costumbres birmanas en el siguiente post, basado en la observación silenciosa de mis anfitriones actuales.

Y ya no hay fotos en yomelargo.

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