Beekeeping

08 Diciembre 2015

De la familia de la granja de Kaikoura, de la que me voy despidiendo con pena, por ser todos perfectos incluyendo a la perrita, con la que me despertaba por las mañanas aullando los dos en la cama como locos, saqué el contacto de un veterano ‘beekeeper’.

Adios a Liane, Rick y Jimmy. Maestros.

Adios a Liane, Rick y Jimmy. Maestros.

Y es que otra de las intensas experiencias cognitivas que pueden desprenderse del mundillo del wwoofing es la de la apicultura. Este hombre, uno de los grandes apicultores de la isla sur, se dedica a producir miel de manuka, esa flor diminuta blanca autóctona que pobla con su arbusto/árbol gran parte de Nueva Zelanda. Su sabor y sus propiedades la han hecho famosa en todo el mundo. Hay una variedad, kanuka, que se aplica directamente en heridas y las cierra que da gusto. Ambas son hiper caras.

Acordamos que ayudaría a este hombre -no recuerdo el nombre, y me jode mucho- en su labor un día de Diciembre, y a cambio, él contestaría mis muchas pero bien administradas preguntas y me enseñaría los pormayores de su profesión.

La denominación la da un control si la miel tiene un elevadísimo porcentaje de manuka -nunca sabemos dónde van nuestras abejas, se mueven en un radio de pocos kilómetros y pueden pasearse por otras flores- y hasta hace unos años la producía orgánica. Desgraciadamente, hubo una plaga hace poco y han tenido que recurrir a unos repelentes químicos en todo el país, lo que le quita esa maravillosa cualidad. Pero la miel está igual de exquisita.

Es primavera y hay trabajo. Nos movemos durante horas por valles cerrados y privados con los que Jansel, llamémosle, tiene permiso de colmena. Evidentemente, son zonas donde reina la manuka. Las colmenas están separadas por distancias calculadas y paramos largo rato en aquellas que necesitan cambio de cajones. Cada colmena es una serie de cajas apiladas verticalmente, y hay muchas en cada lugar. Las cajas tienen unos marcos extraíbles dentro donde por ambos lados las abejas forman su perfecta estructura de cera y almacenan la miel, entre otras cosas.

1-P1130116

1-P1130124

El fascinante mundo en el que me sumergí aquel día me dejó boquiabierto y quiero recordar todo lo que aprendí.
En la caja más baja está la reina, la más grande. Inmediatamente encima hay un filtro con agujeros de un tamaño que no permiten su paso, y encima el resto de las cajas, que no han de tener huevos y solo producir miel. En una colonia, o en cada colmena comercial, hay una reina, bastantes zánganos machos (drones) y muchísimas obreras hembras (workers).

La reina es la única sexualmente madura y todos los demás son sus hijos. Puede vivir 3 años y poner medio milloncito de huevos. La reina fue una obrera cualquiera, pero recibió una alimentación adicional y diferente de las otras obreras -que también cuidan los huevitos- que cambia su crecimiento y metamorfosis, y puede diseminar feromonas que controlan la población y evitan que las otras hembras obreras pongan huevos.

Una vez madura, la reina se va de folleteo con los zánganos, que no hacen otra cosa que esto, hence the name. Ni buscan polen ni néctar, ni siquiera pican. Ojo al dato y a la similitud con esos humanos que ni pinchan ni cortan.

La reina, con el esperma suficiente, vuelve a su colmena para poner huevos. Casi todas las abejas en la colmena son obreras. Viven poco y no paran: limpian las celdillas, mantienen la casa, hacen cera para construir o reparar las celdas, alimentan larvas. Ventilan la colmena, controlan su entrada. Se van, cuando hace bueno, a buscar nectar, polen, agua, etc.

* * *

Muchas obreras morían durante nuestra labor, aplastadas, voladas, pisadas. Cuando le pregunté al jefe si era normal, paró un momento para decirme que hay que ver a la colonia como un todo, como una vida única, y no ver a cada abeja como un individuo. Esto no se me olvidó, y me hizo aplicarlo, también, a nuestra raza.

Los cuatro hombrecillos nos movíamos, con nuestros uniformes, como astronautas entre millones de meteoritos. Mi trabajo consistía en abrir las colmenas y sacar los cajones listos, indicados por sus dos jóvenes trabajadores, para ‘soplarlos’. Una vez soplados, almacenarlos en el camión, subirlos cargados de miel y pesados era lo más duro. Remplazarlos en la colmena por otros cajones vacios, y volver a cerrar las colmenas con la tapa superior y una cincha a presión que las mantiene cerradas. Preparar en el camión cajones vacios mezclando marcos usados con nuevos. Ellos trabajaban rapidísimo y sin abrir la boca, sabios.

1-P1130126

Solo el jefe utilizaba humo para tranquilizarlas y una gran sopladora a gasolina para vaciarlas de abejas, entre marco y marco, que quedaban formando un colchón en el suelo, aturdidas pero no muertas.

1-P1130143

El zumbido de millones de abejas alrededor es un sonido que NO quedó en la base de datos de yomelargo pero sí en mi consciencia auditiva. Un espectáculo también para los ojos.

1-P1130131

Les advertí que si se topaban con una reina quería verla, y pos supuesto ocurrió. Uno de ellos me llamó de pronto y entendí, al apuntarme a un marco diferente, que estaba allí, la bestia.

1-P1130141

Tras una parada en un valle divino para almorzar, continuamos el día con nuevos emplazamientos. Los muchachos conducían el otro camión y nos turnábamos para abrir y cerrar puertas de ganado cada tanto. Se lo pasaban bien, creo que fumaban algún temilla, todo era distendido y en una naturaleza excepcional. Pensé que era el trabajo ideal.

1-P1130151

El sol fue bajando y en algún momento supe que estábamos acabando porque el nivel disminuyó. Fue la mía para, confiando en ellas, quitarme el astronauta y los guantes antes de tiempo y disfrutar de la miel, que siempre supe que acabaría en mis manos tarde o temprano. El jefe me ofreció un pedazo exquisito de cera que me puso vizco. Masticar bocados de aquella cera con la miel saliéndole a chorros en las muelas y seguir hasta que la cera era como un chicle sin sabor y escupirla. Yo creo que desde aquel día soy inmune.

1-P1130145

1-P1130149

Y así acababa, volviendo con calma y aprendiendo más con mi Jansel, con ese olor característico de los apicultores y sus coches, y sus casas, golosón, exactamente el mismo que tenía un amigo de la infancia en su casa de Tábara, un día perfecto en las montañas de Nueva Zelanda recogiendo miel.

1-P1130154

En la base a la que volvíamos Jansel tenía máquinas que desprenden la miel de los marcos por fuerza centrípeta y eso le adelanta horas y producción. Yo me llevé a casa un tupper lleno de esa cera con miel, que me duró días de autoestopismo feliz. En el amanecer, al empezar, me dijeron que alguna picadura me iba a llevar: se sorprendían porque me iba sin ninguna.

Pobres ignorantes. Ellos no están al tanto del pacto de amistad que yo firmé a sangre y fuego con la naturaleza al comienzo de mi viaje.

* * *

España es uno de los grandes productores de miel. Aquella noche me dormí soñando con ser apicultor. Especialmente cuando Jansel me dijo, conduciendo de vuelta, que trabaja medio año muy intenso, pero el otro medio no hace mucho.

Medio año en el que podría, por ejemplo, viajar.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *