El caprice que dio la vuelta

Nueva Zelanda,
Noviembre 2015

Dependiendo de la prisa o de la hora del día, sobre todo del humor, la actitud de los coches que no se paran cuando uno hace autostop es más o menos trascendente.

Es común aquí ver gente comprometida, condolida con al autoestopista, haciendo toda clase de gestos para justificar su falta de apoyo o para no sentir mal de conciencia. Otros, con indiferencia, no se inmutan. Los peores son los que dicen con el dedo ‘No, no, no’, como quejándose, como que ni hablar, como que no les gusta eso, como que ni locos levantan a un hippie o a un tipo que bien pudiera clavarle a uno, mientras conduce, un machete a través del cuello. Esa leyenda ha estropeado el autoestopismo en el planeta, incluída Australia, aunque hay varias historias reales en los últimos años.

Los hay con caras majas y con caras de basura seca. Pero si empieza el día o las cosas te están yendo bien, todos son buena gente y se les perdona el tema. Aunque, si el día aprieta y se lleva mucho en un sitio o las cosas están jodidas -por ejemplo, lluvia- ahí yo sé exactamente a qué niveles está mi humor y mi paciencia, según la despotricada que me sale en voz alta después de cada coche que no se para.

Los pijos con cochazos que ponen carita de ‘mira es que no pegas en este coche’ -aunque me han llevado en un jaguar- y los tímidos que miran para otro lado sonriendo. Los cachondos que realmente no pueden porque van llenos pero te pitan, te gritan algo salao, te animan. Los que no miran para no pasar por el trago, los que se hacen los tontos.

Y lo fuerte es que en España somos así, no levantamos a nadie ni muertos, yo no lo hacía, qué coñazo. Y después de esto voy a levantar a todo lo que se mueva en el arcén. Todos deberíamos.

En fin, el tipo este fue de los que pasan mirándome a la cara pero sin inmutarse, y conducía un coche clásico -en Nueva Zelanda es fácil ver coches de los de museo a veces en manos de algún coleccionista con dinero-. Era un Chevrolet caprice del 67, una de esas joyas americanas con asientos corridos, con palanquita de marchas auto junto al volante, donde se dan el lote en las películas, donde escapan de la policía, donde tienen a un muerto en el maletero.

Pasó y no paró. Se me escapó un inevitable pero arrepentido ‘Payaso’, probablemente por el coche.

Volvió al rato y se paró preguntando a dónde iba, con un acentazo brutal y unas pintas medio medio. Hasta desconfié por un instante.

-A Wellington.

Pues unas horas de puesta de sol por ruta de cuento, comentando, me enseñó Wellington al llegar, fuimos a un mirador del copón, me acompañó buscando una hora la casa de la host de couchsurfing, que estaba en la madre, y esa noche era la final del mundial de rugby a las 5am, que aquí es como el fútbol, de los All black de Nueva Zelanda contra Australia, que es como el clásico Barça-Madrid, y todavía me desperté y me tomé una birra con él y la host en el bar de turno viendo ganar a Nueva Zelanda con superioridad.
La celebración NO es como la del clásico.

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