Día 100: Bora Bora, sonido

Bitácora pacífico: día 100
15 Septiembre 2015

Teníamos que esperar al lunes para hacer la salida oficial del barco de Polinesia Francesa con inmigración y decidimos esperar en Bora Bora y hacerla allí. Salimos tarde pero llegamos para la puesta de sol; el volcán extinto de Bora Bora, uno más, tiene un pico principal bastante elevado llamado Otemanu. Una densa nube estaba enganchada en él; al amanecer seguía allí.

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Bora Bora, que no deja de ser un espectáculo de lugar con un divino atolón interior de poca profundidad, nos dejó un poco indiferentes debido a las expectativas, no es para nada el mejor atolón que he visto. Mucho turismo y muy caro, dimensiones limitadas, está bien para un retiro de ricos en un resort pero no para un mochilero. Disfruté de la suerte de visitarla en mi casa flotante y navegar cada día por sus aguas blancas y paradisíacas.



Un barco fondeado al lado llamado Anka II, de una familia genial y original (rumano, búlgara y su hijo) nos saludó y pasamos todo el tiempo en Bora Bora con ellos. Navegamos juntos lentamente alrededor del islote de To’Opua, salimos a hacer esnorkel juntos en un lugar al sur del atolón y compartimos cenas y birras en cada barco. Adrián el padre era un descojone y una compañía genial.

Por las noches se levantaba una brisa marina que acariciaba alguna driza medio tensa del mástil, y este transmitía la vibración dentro del barco con una resonancia especial: la mano flamenca del viento tocaba nuestra guitarra y yo, dentro de ella, me dormía escuchando:

Click y escucha

Creo fue un martes cuando todo estuvo listo y Mario y yo compramos algo más de vegetales y nos tomamos la última birra. Al ir a embarcar me dí cuenta de que me iba de Polinesia hacia lugares más remotos en el oeste, y grabé la divertida y curiosa musiquilla local con que amenizan los bares y a los turistas. Inolvidable.

Click y escucha

Ya en el mar y emocionado con la travesía hacia nuevas tierras, culturas y razas (reconozco que en aquella época deseaba estar en el océano todo el tiempo), miré atrás para despedirme de Bora Bora, divina en la creciente distancia. Adiós.

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* * *

Calculábamos unos diez días a Wallis, y el viento no nos dejó en los primeros días.
El primer día pasábamos cerca de Maupiti, un atolón que me dolió no conocer por las leyendas que conozco respecto a él. Quizás una buena razón para volver.

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El casco del barco era de titanio y hacíamos increíbles velocidades sólo con la génova entre islas. Ahora estábamos de largo recorrido y al menos Mario sabía sacarle todo el partido a su barco. El viento en popa de babor nos permitía tener la mayor bien abierta y navegar veloces pero con toda la inestabilidad interior.

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El espacio se hacía más y más pequeño, comenzaron nuestros turnos de noche, y surgieron algunos roces.

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