Marie

Bitácora Día 29, Julio 2015

Espero en la bahía de veleros de Hiva Oa largas horas, leyendo la Bíblia, sin quitar ojo a los movimientos de barcos, preguntando a todos para asegurarme continuidad en el viaje. No hay otra manera de viajar en el pacífico profundo. Hace un calor insoportable. Unos hombres cantan en la distancia, son sonidos y un canto nuevos para mí, me hipnotizan.

Escuchar hombres de la Polinesia


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Una mujer grande, local, habla a gestos con los del mástil roto. Hablo con ella, y sin entendernos con mi francés, en pocos segundos aclaramos que puedo quedarme en su casa. Marie, mi salvadora. Al rato aparece con su camioneta y su hija, la niña más bonita de la isla, y medio en broma medio en serio me dice que no puedo mirarla o desearla.

Allí estoy, en su casa, haciendo vida local, lo mejor que podía pasarme para zambullirme en Polinesia y su gente. ¿Por qué me ayuda Marie? Tremenda suerte estar con ellos, cama y comida indefinidamente, dice. Es colaboradora en la iglesia adventista. En su casa reina la paz y la tranquilidad, la confianza. Las ventanas y puertas siempre abiertas. Alegría, me encanta ver cómo todo se soluciona son sinceridad y entre todos, hay niños que son sus sobrinos, está Vaerea, la niña bonita y también vive su novio francés, rubio y blanco entre morenos, con espíritu fuerte y dominante; tenemos muy buen rollo, me ayuda con el francés. Está Dadu, el hijo adolescente que se va a trabajar con el padre por las mañanas en construcción. Y está Marie, grande y natural, adorable, mi ángel en Polinesia, mi madre.

Hablamos sobre Dios, me enfrento suavemente con mis principios, me ve que leo la Bíblia y dialogamos pobrísimamente en un francés al que ya le noto el acento polinésico. Para colaborar con ella, el sábado la acompañé a misa adventista. Entiendo que me ayuda porque es el mayor principio de sus creencias: ayudar al prójimo sin límites.

Me dan la bienvenida públicamente en la iglesia al empezar la misa. Marie me ha prestado una camisa y un collar local que nunca volverá a aceptar de vuelta. Hablan un polinésico local de las marquesas, y consigo entender un discurso del párroco en francés, aunque estoy embobado con los cantos corales, diferentes, cada pocos minutos.

Escuchar corales polinésicas

El párroco me preguntó algo y pude contestar brevemente. También recuerdo preguntarme yo mismo por qué hablaba tanto de la sal, hasta que me dí cuenta de que la sal y el cielo en francés, al menos para mí, suenan exactamente igual.

La misa del sábado es la mayor para los adventistas, y dura toda la mañana y hasta la tarde. Había gente durmiéndose, así que me excusé con Marie y le dije que quería conocer la isla, que ya estaba bien.

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Día 30

Impresionante la isla. Ví polinésicos viviendo humildemente en las montañas, hombres de piel oscura con pelo blanco y rastas y tatuajes. Es común en la gente loca llevar tatuajes en piernas, tobillos, brazos, muñecas, cuello. Les da un aspecto más serio pero son todos un encanto. Pasé por un cementerio en lo alto del pueblo, rodeado de vistas increíbles. Llegué hasta un río pequeño pero impecable y me sumergí desnudo volviendo a lo salvaje. Me quedé en una antigua construcción indígena desde donde veía el mar y el valle cerrado en redondo, las montañas cubriéndose de nubes y lluvias esporádicas.

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Hoy ha sido la barbacoa de los yachties. Aparentemente no tengo opciones a no ser que sea pagando en unos catamaranes llenos de jóvenes pegándosela, divertido pero no, intento que no haya dinero de por medio en el viaje. Ha sido un día genial entre locales y gringos. Marie, con una amiga, se arrancó una cancioncita con una amiga y un instrumento tipico de aquí, que es como el charango.

Escuchar a Marie

Dormir en ese colchón exterior de ‘Chez Marie’ me encanta. Me despierto con una conversación en voz baja y lenta de Marie con su sobrino el pequeñín, sentada en una mecedora, madrugadora, alegre, sabia. Es un momento genial.
El francés me cuesta.

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Día 31

La vida en casa de Marie es genial, me tratan genial. Decididamente, a Marie me la han puesto en escena muy oportunamente. La casa es muy sucia pero es el estilo local. Los desayunos son ilimitados, cafe soluble y baguettes frescas -pero malísimas- con mantequilla, en grupo y alegría.

Dadu, el sobrinito, Vaerea y su novio

Dadu, el sobrinito, Vaerea y su novio

Todos los días voy unas horas a la bahía para cucear movimientos en los barcos y tratar de engancharme a alguno. Es lo que hay.

Marie me ha llevado en su camionetita a la otra cara de la isla, viajamos en silencio pero sonrientes, todo esta bien con ella siempre. Le llevaba almuerzo a su marido -y Dadu- y cosas a alguien. Me enseñó la roca del negro, porque parece la cabeza de un negro encima del agua. Isla adentro, he vuelto a ver el «libre albedrío» indígena. Niñas que nunca sabré si son madres o hermanas de los bebés.

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Día 32

Dos daneses se han bajado de un barco que sale a Nuku Hiva y se necesitan dos tripulantes jóvenes!
Pero, irme de Hiva Oa ahora… de Chez Marie… ahora soy feliz aquí.
De nuevo, los lazos se rompen, mi corazón se hace más fuerte, el viaje continúa.

Marie me ha regalado dos camisetas de Dadu, casi no tengo ropa de verano y las acepto.
Me despido de la isla con puesta de sol, meditación, un paseo por el pueblo, que se prepara para el 14 julio -fiestón nacional francés-. Viven super bien. Les he preguntado que qué les parece vivir bajo reglas europeas, que qué hay de una independencia, y todos coinciden en que el adelanto que han experimentado con la colonia no puede romperse ya. Supongo que les gusta. Está todo lleno de plásticos, pero les gusta.

Venus y Júpiter se alejan.

La presencia inignorable de la religión en casa de Marie y en esta sociedad de bienestar me hace pensar. La meditación es conectar con lo divino, y eso puede ser rezar para otros, o dar gracias contínuamente por todo esto, como en mi caso. A veces pienso que todo esto no puede salir tan bien sin una intervención exterior, quizás causada por mi llamada, mi necesidad, mi desorientación espiritual. Me contestan?

Marie diría firmemente que Oui, con una sonrisa. Y allí se quedó, parando su camioneta para sacar la manita por la ventana y despedirme en la distancia, con Vaerea, tal vez buscando ya a otro prójimo al que ayudar…

Marie de la Polinesia

Marie de la Polinesia

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