Antes de volver a Valdívia para embarcarme definitivamente en el Zanzíbar hacia el pacífico profundo, y después de varios días en ciudades chilenas, necesitaba sentir de nuevo la libertad de la montaña, la mochila en la espalda, lo salvaje. Me fui a la montaña más alta de América.
Una noche cálida que me permitió de nuevo dormir colgado en mi red y una mañana helada en cuanto algún camión me dejó a dedo ya en las alturas de los Andes, después de una subida serpenteante de mil curvas, cerca de la frontera Argentina hacia Mendoza, donde el sol no aparece tanto porque las montañas no lo dejan.
Caminaba subiendo por una carretera empinada helada donde me dolía la garganta de respirar frío. Y esta parte de los Andes podría estar bajo metros de nieve ya en esta época, pero el invierno no quiere llegar aún a Chile. El tiempo está raro en todo el mundo. Un zorro con cara triste se me acercó descaradamente, ya son varios los zorros que he conocido en este viaje.