de cómo despedirse de América

Antes de volver a Valdívia para embarcarme definitivamente en el Zanzíbar hacia el pacífico profundo, y después de varios días en ciudades chilenas, necesitaba sentir de nuevo la libertad de la montaña, la mochila en la espalda, lo salvaje. Me fui a la montaña más alta de América.

Una noche cálida que me permitió de nuevo dormir colgado en mi red y una mañana helada en cuanto algún camión me dejó a dedo ya en las alturas de los Andes, después de una subida serpenteante de mil curvas, cerca de la frontera Argentina hacia Mendoza, donde el sol no aparece tanto porque las montañas no lo dejan.

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Caminaba subiendo por una carretera empinada helada donde me dolía la garganta de respirar frío. Y esta parte de los Andes podría estar bajo metros de nieve ya en esta época, pero el invierno no quiere llegar aún a Chile. El tiempo está raro en todo el mundo. Un zorro con cara triste se me acercó descaradamente, ya son varios los zorros que he conocido en este viaje.

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La misión de Iguazú

Febrero 2015

Seguía yo subiendo por la provincia argentina de Misiones, un apéndice de entrada a la jungla entre Paraguay y Brasil, cuando decidí que quería averiguar algo acerca de las famosas misiones jesuíticas que dan nombre a la región.

No me arrepentí, pasé un día histórico e interesante paseando por unas ruinas que emergen de la jungla, o viceversa, y que estaban muy bien conservadas: San Ignacio.

Lo bonito del día en realidad fue descubrir de cerca un modo de conexión entre la colonia española y los indios del lugar diferente, un contacto más simbiótico y fraternal, amistoso. Un toque de cordura y pacifismo para limpiar al menos un pelo la abusiva imagen que dejamos en la historia. Detalladamente, un guía nos explicaba cómo, en las misiones, la vida entre ambos pueblos era apacible y ejemplar, y me pareció que en su apogeo habría sido un soplo de esperanza para muchas almas compasivas/insumisas en el avance ultramarino del imperio español.

Los jesuítas llegaban a esta parte escapando de ataques de bandeirantes paulistas y mamelucos, que asediaban y destruían las misiones y querían indígenas para venderlos como esclavos. Se movilizaron unos 12000 indígenas hasta esta área, ofreciéndoles protección y evangelización. Los locales adoptaban los hábitos de trabajo y organización social -a parte de los religiosos-, y en el apogeo contaría con unos 4500 guaraníes que, según me contaron, cambiaban sumisamente hasta su tradición poligámica por una única mujer e hijos con los que vivían en una gran pieza de las viviendas alineadas de piedra que se construían. Supongo y espero que con el visto bueno del mismísimo Dios todopoderoso ese del que hablaban todo el tiempo.

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