Huesos del desierto, montañas de colores y calor

Enero 2015

Una de las primeras cosas que me pasaron en Argentina fue un malentendido haciendo dedo con un feliz conductor de su camioneta que decía sí a todo y me sacó unos 300 km de mi ruta hacia desiertos impresionantes en el noroeste de Salta. Pero para cuando mi orientación reveló el error, el auto ya no se cruzó nunca más con otros, para darme la vuelta con alguno, y uno no puede quedarse, obviamente, esperando en el medio del desierto. La camioneta corría velozmente y mi impotencia de estar yendo a donde no quería sin poder parar era pesada. Un polaco con el que caminaba esos días corría la misma suerte que yo y no podíamos más que someternos a la suerte.

Tan escaso era el tráfico en el lugar al que llegamos, Tolar Grande, que cuando pregunté cómo volver, me contestaron que aquel día habían salido dos vehículos hacia San Antonio de los Cobres, los dos que nos habíamos cruzado antes del percate. Si una furgoneta va de aquí a allá, todos lo saben, todos me hablaban de aquellos dos coches, era el evento del día. De hecho, nuestra única probabilidad de salida, era volver con el mismo tipo feliz que nos había llevado, dos días más tarde.

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Habemus barco

Habemus barco es, sin lugar a dudas, la frase más importante de yomelargo. Es la frase que indica que finalmente sí. Demuestra el poder del deseo, de la imaginación y de la suerte. Demuestra que alguna estrella me guía y me hace pensar que ya no hay nada imposible en esta vida. Que las cosas ocurren, se van cumpliendo. El mayor agujero en mi viaje, la mayor duda, el gran interrogante: el océano pacífico, que temía pudiese acabar con mi sueño por imposibilidades, tiene ya una traza marcada y yo estoy en ella.

Comenzaba Abril cuando volví a Chile desde una frontera andina de senderos de ruta a pie y refugios argentinos de cuento. Llevaba meses cuadrando mis pasos para presentarme en la costa chilena justo en este mes, cuando, según me habían explicado los marineros, algunos barcos salen de estas bajas latitudes a surcar el pacífico sur hacia norte y oeste, pues la temporada de huracanes se acaba y las aguas, aunque frías, se calman.

Preparé un borrador en papel para dejar en todas las marinas de la ciudad de Puerto Montt. «Single person, male, 34, is looking for vessels heading west», comenzaba el escrito. Se me acababa el continente pero no las ganas de vivir, y mi única salida era el vasto Pacífico, con suerte hasta Nueva Zelanda, medio mundo por agua, donde podría empezar de nuevo un ciclo de viaje, el trabajo y sigo, el paso más importante, el que decide si sí o si no.

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El impresionante velero Zanzíbar, del que me gusta de entrada el nombre, tiene 105 pies de eslora, cerca de los 33 metros, lo que me sugiere más estabilidad, tiene propietario belga, bandera de islas Cayman pero tripulación argentina, lo que me sigue gustando mucho, y me ha aceptado como tripulante para trabajar hasta las islas Marquesas, en la Polinesia francesa. Esto último me fascina. Aunque no se qué haré después para continuar mi viaje, en el medio del Pacífico, pero algo se me ocurrirá, supongo.

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El barco está en Valdívia, por donde pasé muy tranquilamente hace unas semanas sonriente y confiado, buscando y preguntando. Ahora cuestiono con qué seguridad venía, pues sé lo díficil que se me ponía ya en Mayo mi objetivo. Pero un día que dormía en una copec, gasolinera chilena, se iba una niebla densa cuando recibí un email del capitán para entrevistarme por skype, y hoy escribo ésto en un camarote del Zanzíbar donde a veces me miro a un espejo riéndome de mi suertudo presente.

Zarpamos en una semana y estamos con todas las invariables tareas previas a una aventura así, aprovisionamiento y mantenimiento principalmente. Tocaremos Juan Fernández e isla de Pascua a medio camino pero por seguridad y en caso de necesidad. La intención es no parar hasta Polinesia para tener el barco allí en un mes (30 junio), lo que me hace despedirme por ese tiempo y entrar en el silencio del mar, que se reflejará en yomelargo.

Esperando para zarpar a bordo del Zanzíbar

Esperando para zarpar a bordo del Zanzíbar

El paso Sico

Enero 2015

Caminandito salí de San Pedro de Atacama por lo que parecía ser la ruta que va a Socaire. Un poco borracho y lleno por un almuerzo de despedida mayúsculo, pero no lo suficiente como para que no me levantaran rápido en camión, coche y camioneta hasta este pueblo, base para mi partida a la frontera con Argentina por un paso que nadie me recomendaba. Un paso de tierra que no se usa por haber otro asfaltado al norte, pero que tiene lugares espectaculares a los que solo se llega en tour pagado de furgoneta. ¿Me llevará mañana alguna furgoneta de ésas hacia lo desconocido? Tengo que ver qué lugares son esos. Tengo que adentrarme en una frontera no recomendada. El hecho de que no sea recomendada o transitada la hace taaan interesante. Basta que no la recomienden para que uno la ponga en su ruta. Definitivamente, una frontera no recomendada sale mucho más divertida que una de cola. Eso lo sabe Lola.

Esperé a la noche con dos niños que eran amigos de verdad porque se respetaban aún sacándose muchos años. Dormí en un cuarto azotado por el viento. Desperté con prisa por enganchar un tal coche de trabajadores que salía del pueblo al alba, y me entretuve tanto con mi desayuno sagrado que lo perdí. Buscándolo, caminé en un silencio albino roto por el sol y unos perros.

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Esperé dos horas en la ruta aceptando cafés y bocadillos de unas colombianas negrazas encantadoras que llevaban un bar de desayunos para gringos y, hablando con los guías de las furgonetas, conseguí un hueco en alguna. Pregúntales a ellos, me dijo un guía. Así de fácil fue unirse a un grupo de turistas de todo pagado: preguntando a cada uno si le molesta que me una, pues quiero avanzar hacia la frontera. La gente está contenta y nadie va a ser el negao que se niegue, así que de esa forma llegué a las lagunas altiplánicas de Miscanti, Miñiques y Tuyajto.

Hola buenas, dije mentalmente cuando me asomé al lugar, por lo magnífico. Todavía se sentía la mañana fría cuando ví unas montañas recién nevadas, aquí junto al desierto, reflejándose en la laguna Miscanti. Sabía que estaba a más de 4000 metros de altitud Andina pero no asimilaba bien estas nieves. Caminé hacia Miñiques lentamente, atento a este lugar. Un escaso suelo de paja da alimento a la única compañía, las vicuñas, familia de las llamas, que con un pelaje especial en forma cónica, tiene la protección térmica más técnica y codiciada de la zona.

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Aquel otoño, aquella ruta

Tal vez haya mejores momentos para surcar la patagonia chilena que un otoño.
O tal vez NO.

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* En el Jardín botánico de Valdivia

El surcar es con camiones, desde los que veo las grandes viñas que dan sabor al vino chileno, ya con colores amarillos. Y la ruta es una panamericana, concesión española por cierto, mismas señales, mismos peajes, que me parece imposible que sea la misma en que crucé de México a Guatemala, la misma que se convertía en un destartalado camino de camiones a alguna altura de Nicaragua, la misma que se me acabó en los pies cuando llegué a la selva del Darién panameña, ante la impenetrable frontera con Colombia.

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Atacama

Enero 2015

Entre el pacífico y los Andes se extiende el enorme desierto de Atacama, el lugar más seco del mundo. Se han registrado periodos de 400 años sin llover y una lluvia medible (1mm) ocurre cada 15 a 40 años. Sus temperaturas pueden caer hasta -25º en las noches y subir hasta los 50º con el sol. Es el lugar donde he visto más tornados repentinos azotando todo a su paso y donde he visto las mejores estrellas, pues es de los mejores lugares del mundo por la altitud y la escasa nubosidad, humedad y contaminación lumínica. El mayor proyecto astronómico del mundo está a pocos kilómetros de San Pedro de Atacama: los ojos de la Tierra.

Llegué con mi suerte a San Pedro, un oasis arbolado en el desierto con casas de adobe y calles de película, y me asusté con los precios -venía de Bolivia- y con el montón de gringos -empezaba Enero-. Así que pregunté a una mujer en la calle y por ella acabé en una pequeña pero espectacular casa a las afueras con una familia de chilena y alemán, y sus dos hijos. Me acogieron unas 4 noches y todo fue como estar en familia a mi llegada: hacíamos excursiones, jugábamos. Allí vivía otro curioso alemán de aspecto descuidado y de sonrisa bonachona con muchos viajes y locuras a las espaldas. Cuidaba dos magníficos caballos -de esos que hay por aqui- y los sacaba a pasear. Una mañana fui con él por casualidad y disfruté de horas de excursión charlando con este hombre en semejante entorno, con el caballo más bonito que monté jamás y con el que más conecté: nunca había galopado tanto. Sonreía cabrón con mi suerte atacameña, sabiendo lo que paga un turista por una hora de caballo, todo llegaba fortuitamente.

Genial plaza de San Pedro. Vocán Licancabur siempre presente.

Genial plaza de San Pedro. Volcán Licancabur siempre presente.


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Por esta familia conocí a Betty, española residente en Chile que me permitió colocar mi hamaca unas noches en lugares de su finquita a las afueras. El terrible calor del día se transformaba con la oscuridad en un frío que me abrazaba al estar colgado pero que no me mataba. Junto a su perro, ella y nuestras largas conversaciones existenciales, empecé a conocer los espectaculares rincones desérticos y rocosos de los alrededores.

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26 lunas llenas

Justo un poquito más allá de la barrera de los dos años, se encuentra la vigésimo-sexta luna llena.

Aparece con fuerza muy amarilla, con algunas nubes rosadas por ahí, como cuando hace frío, como ahora.

Está enmarcada entre algún glaciar andino, de baja altura, y unas montañas con las primeras nieves del frío que ya llega a la patagonia chilena. Con esa preciosa nieve escasa que parece azúcar glass sobre un bizcocho de domingo, tímida pero puntual. Las montañas enrojecen en otoño unos arbustos justo debajo del azúcar, y el horizonte sobre el lago Yelcho es, así, rojo y blanco.

Esta luna llena es la más austral que veré, las estrellas están todas del revés, Orión cae boca-abajo y lateralmente cada noche como el Sol, que cada vez sube menos, arrastrados ambos por el eje polar-sur del cielo, que cada vez está más arriba, junto a la cruz del Sur, invisible y diametralmente opuesto a su hermana mayor, la estrella polar, esa si es un eje visible, pero bien bajo mis pies, al otro lado del planeta.

39 lunas llenas serían tres años.