La serpiente cósmica

En otra de mis incursiones a la ciencia durante mi viaje, me he topado con el ADN, como quien se encuentra un enano con cabeza de avestruz al andar en un bosque. Con el ADN he chocado más fuerte porque se asemeja terriblemente a la representación de la información en mi ámbito profesional, la programación y el mundo digital. Es como un programa de software pero muchísimo más complejo que cualquier cosa que hayamos imaginado, palabras de Bill Gates. El ADN es algo que no puede entrar en nuestras mentes aún, como el universo o la física cuántica. Es simplemente espectacular.

El ADN está presente y es la misma molécula en todas las especies. La información genética en una rosa, bacteria o humano está codificada en un lenguaje universal de 4 letras que pueden ser A, G, C o T. Es una doble espiral enrollada con un montón de información, duplicada, a manera de backup, de modo que si se pierde información puede replicarse de vuelta. Si desenrollamos el ADN de tu cuerpo, alcanza la longitud de 125 billones de millas -para dar la vuelta al mundo cinco millones de veces, ó viajar entre Saturno y el Sol 70 veces ida y vuelta: en un boeing 747 a tope toda tu vida no cubrirías una centésima parte de esta longitud-. Y no puedes verlo sin un super microscopio. Hoy en día entendemos el 3% del ADN. La ciencia considera el 97% restante como descartable, sin función -qué brutita-. El ADN es consciente, sabe dónde ir, qué hacer y cuándo dividirse. Etcétera. Sigue leyendo

Fine tuning

Cuando cursaba 1º de BUP el profesor de historia nos describió claramente las dos diferenciadas vertientes de la teoría de nuestro origen: creacionismo y evolucionismo. Neutral, las expuso sencillamente mientras unos alumnos pintaban en sus cuadernos y otros, como yo, empezaban un camino de dudas aunque fuese en el subconsciente.

Sabía sobradamente que yo estaba con el evolucionismo, ya era de ciencias en aquel momento, y ya entonces sufría de una aversión a la religión actual que todavía hoy no se de dónde me viene, pero creía que eso de la creación estaba relacionado con la iglesia y con todo ese rollo absurdo para un muchacho ya reflexivo. Me resultaba extremadamente creíble la teoría de la sopa cósmica primigenia y que en un momento dado se reuniesen las condiciones químicas necesarias para el nacimiento de la vida celular: gases, polvo, hidrógeno, agua, calor, un rayo. A partir de ahí, la célula evolucionaba: algas, corales, peces, anfibios, lagartos… adaptación, selección. Estaba contento con la teoría.

En 1953, Miller recreó en un laboratorio unas condiciones semejantes (con electricidad) y voilá! aparecieron moléculas orgánicas y el revuelo fue espectacular. El experimento se descarta actualmente porque las condiciones no eran idénticas. Darwin, mi amigo de toda la vida, autor de la teoría de selección y adaptación natural y el origen de las especies, es hoy también descartado por ciertos huecos en su tesis, como la inexplicable explosión cámbrica, que supone un salto imposible en esa evolución por la aparición, sin registro fósil evolutivo evidente, de millones de especies que describirían líneas independientes de corta evolución en lugar de una ramificada como la que él dibujaba en su Árbol de la Vida. Sigue leyendo