Esa playa de Chiapas

29 Septiembre 2013
Vuelta al pasado

Después de la noche con Nacho en la estación de bus, le hablé de mi intención de pasar una noche en una playa de la costa pacífica de Chiapas, como despedida final de Méjico. Estaba un poco adicto a esa costa. Estaba amaneciendo y con las legañas, Nacho no estaba muy optimista con mi idea de encontrar una playa desierta y encima una sombrita natural o de palapa para pasar el día. La verdad que tenía razón, podría ser un chasco más que un acierto, pero pa cabezón, yo.

Nos separamos. Llegué a una playa que me recomendaron. Era temprano, la gente dormía. Un hombre barría la arena de su bar y me dijo que podría buscarme algo barato. La habitación era realmente desagradable, pero la cama estaba limpia. Una jeringuilla usada estaba posada encima de un murete, la ignoré, esperando a otro momento para rechistar. Quería ver si mi playa y mi esnucada eran aún posibles. Pues miren.



Playamen, techo de palapa para mí solo inmejorable, esnucada que aún tengo la postilla, dormida fuerte después de la noche en el suelo, despertar sólo para darme la vuelta, pelos del bigote pegados con baba. Qué hora será. Remojes en la orilla con el sueñito y bostezos, de los que se pone uno a hacer moviditas con la arena sin saber, como esa tetilla. En qué estaría pensando.

Pasé todo el día allí. Dije, aquí hasta las estrellas. Había algo de Matalascañas en el lugar, la orientación, me sentía como en casa. Tenía agua suficiente en Locura (caliente, eso sí), snacks a racionar y paz.

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Al volver al lugar, no estaba la dueña, pero estaban dos hombres con pintillas. Medio colgadillos, desconfié desde el primer instante, recordé la jeringuilla. Saludé y salí al minuto con la jeringuilla a preguntar de quién era. El que era igual que Speedy González, el típico mejicano que tenemos todos en la mente, bigote, moreno, pequeño, nervioso, me dijo:
-Ah, te pinchas?
El otro, que llamaré el discípulo, me sonreía con mucha claridad y tenía una mirada profunda y pacífica, serena y relajada.

Resultó que la jeringuilla era de la dueña, que tenía no sé qué enfermedad y se pinchaba cada día en el culete. Y estos dos hombres, junto con ronquiditos, fueron los tres mejores amigos que podía esperar encontrar antes de dejar Méjico.

Tanto me gustó la playa de Puerto Arista, y la compañía de estos tres, que no fue una noche, sino tres.
Eran exactamente como tres niños. Sus edades irían de los 40 a los 50ytantos, pero se buscaban unos a otros cuando se aburrían, jugaban durante el día, se picaban unos a otros, se metían con ronquiditos pero con respeto, y por las noches intentaban conseguir uno un papel, otro ponía el mechero, otro con suerte conseguía maría, y se liaban un desastroso porro como si no hubieran hecho uno antes, creo que estaban empezando con el fumeteo a esa edad como niñatos de 15 años y eso sí, fumados, eran un auténtico espectáculo. Niños. Mi presencia era transparente, eran ellos mismos todo el tiempo, no les importaba yo ni nada, y eso me gustaba, porque era como si yo fuera uno más. Speedy González escogía una frase y la repetía todo el rato, pero super gracioso, con los ojos perdidos y pequeños. Ronquiditos pasaba de hombre medio canoso, ya medio serio, a niño inocente que se dejaba picar y acababa durmiéndose en una hamaca con su bartola hacia arriba, camiseta subida hasta el ombligo, boca abierta y con esporádicos ronquiditos, que nos hacían reír no sólo porque fueran graciosos, sino porque ahí ya estaba en modo inconsciente; le decíamos algo en alto o le asustábamos a ver qué reacción tenía, y muchas veces nos decía una frase de sus sueños intentando abrir los ojos pero volvía otra vez a esnucarse. Qué descojone.

Sin embargo, el discípulo y yo hablábamos largo, serio y tendido cuando los demás ya dormían. Había estado largo tiempo en la cárcel hasta hacía pocos meses, y me imagino la cárcel. Buscaba un lugar en el mundo. No tenía a nadie, me habló de su madre pero por algo, no iba. Ni esto me asustó, tenía sobrada verdad en sus ojos. Ni me importaba si le encarcelaron con razón o no, en pocos minutos ví que era un trozo de pan, además de tener o mantener ese niño dentro. La primera noche, al conocerlo, me ofreció unirse a mi plan y caminar conmigo por la playa al día siguiente hasta donde llegáramos, y dije que ya veremos. La mañana siguiente fui yo quien le pedí que me acompañara.

Era un artista. Es la única persona que he visto capaz de hacer un delfín precioso en 5 minutos con la madera interna del coco, muy blanda. Se dedicaba a vender sus esculturas cocales a los locales, que le adoraban. Llevaba poco en el pueblo y todos le querían con locura, le saludaban y paraban a hablarle y ver si estaba bien. Cogía cosas de la playa para sus esculturas, realmente bonitas, ramas, conchas, etc, y las metía en su cuarto, junto al mío, a ver qué le salía con todo ello.

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Si tuviera que describirle, les preguntaría que si han visto ‘La Milla Verde’.
Él es el negro enorme de la peli que cura a la gente con su poder. Un discípulo de Dios descendido, pura bondad, con aspecto de brutito pero como un niño y un trozo de pan, que se deja pegar sin soltar su violencia, aunque podría matar con un sólo golpe.

Asi era el discípulo. Le golpeaban en la cárcel, y por la manera en que bajó la mirada avergonzado cuando me lo contaba, supe que le hacían más cosas. Jamás se defendió, y esa fue su actitud, la de un cobarde para unos pero un héroe para mí. Él sabía que con la violencia no ganaría nada, que era peor, y además perdonaba a sus asaltantes excusándolos como enfermos o inocentes. Era obvio que la experiencia en la cárcel le había cambiado a mejor, y así, con buenas conductas, le habían dejado salir antes.

En el pueblo, me contaron que había curado a dos personas con sólo tocarlos. Enfermedades no muy serias, pero crónicas o continuadas. La última noche, entre todas estas cosas, su mirada serena y hablar inculto pero sabio y nuestro estado de embriaguez, dejé que me pusiera las manos en la cabeza, entre bromas, y le pedí que me librara de mi herpes crónico.

De momento estoy bastante sano :)

El día que fuimos a caminar fue genial. Me coló gratis en un centro de interpretación de caimanes, cocodrilos, tortugas y otros bichos, me presentó a mucha gente y nos pasamos un día de risas en el centro con un policía, un guarda, un perro colega y un pollo. Nos bajó unos cocos y nis hinchamos a comerlos, yo acabé compartiendolos con el perro, y con el pollo.

Luego fuimos a pescar con red con el guarda porque yo quería aprender. Buscábamos peces en las crestitas de las olas, y allí tirábamos la red. Pasamos así la tarde. Alimentamos con la pesca a las tortugas.

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Lo único malo del discípulo fue que me prestó sus chanclas para no abrasarme los pies con la arena oscura de la anchísima playa, en una ocasión en que fui a cagar, y me pasó un hongo. Lo único.

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Sólo me quedaba cerrar el día con la puesta de sol, algo demasiado aburrido incluso para el discípulo.
Pero de repentazo, el chuchillo, se acercó sigilosamente hasta mi lugar en la playa, y se sentó mágicamente.

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Y lo único feo de este post es que, como os habréis dado cuenta, no me acuerdo del nombre de ninguno de los tres.

2 comentarios en “Esa playa de Chiapas

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