San José y los derrumbes

8 de septiembre

Nuestra siguiente parada (inconcebiblemente para mí, somos una muchedumbre compuesta por los tres entrañables australianos, dos americanos, una inglesa y yo) es un pueblo al sur de Oaxaca muy pacífico e idílico, y muy frío, que se llama San José del Pacífico. La policía no existe y las leyendas cuentan historias sobre la naturaleza y la comunión de las gentes con ella mediante ritos, limpiezas interiores, hierbas, terapias e incluso hongos mágicos.

San José de Pacífico

San José de Pacífico



Como único hispanohablante del grupo me encargo siempre de toda la diplomacia y logística a la hora de dormir, comer, viajar. Con labia y buen rollo platico con los locales, les evito precios de gringos a mis amigos y me muevo hasta encontrar el mejor trato, lo cual ellos agradecen con gestos y acciones. No estaría con todos ellos si no mereciera la pena, y lo hago con gusto: son respetuosos conmigo, con los locales y con el medio ambiente, y aportan siempre una sonrisa, o el comentario adecuado.

Una supuesta mujer española de la que hablan todos, llamada Catalina, que se fue hace años del pueblo y será protagonista en próximas historias, tiene una cabaña realmente acogedora, pero está llena. Recuerden a Catalina, ojo.
Encontramos otra cabaña fuera del pueblo, en lo más alto, que era más de lo que esperábamos. Toda para nosotros, teníamos intimidad, rusticidad, chimenea (ahumadora pero chimenea), y vistas. Lo único era que llegar hasta allí era una odisea, y con víveres no les cuento.

La encuentran en esta foto, a la jodía cabaña?

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Pero todos se encargan de hacer algo por el grupo. Es la única dinámica porque cuando al llegar super-cargado con leña desde el pueblo con el hombro a trozos, encuentras que alguien ya está haciendo la cena y otro ya está preparando las camas. La alegría y emoción de tener un sitio tan lindo para vivir juntos nos hace dar lo mejor de nosotros mismos, y eso es otra de las ricuras del viajar. Hicimos una mini-celebración cuando inventé una lámpara que atenuaba la luz blanca dando confort, y lo mismo cuando Mike inventó un fuelle para intentar mantener el fuego sin ahumarnos. Divertido!

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Tuvimos lluvias constantes pero nuestra cabaña dejaba ver a veces un espectáculo apoteósico. Las gentes dicen que a veces, con claridad, se ve el pacífico (al que tengo muchas ganas y ya está cerquita) e incluso al sol reflejarse en él antes de ponerse.

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Sin embargo, nos hizo sol en el día más apropiado. Un día en el que, hartos de lluvia, decidimos arriesgarnos a pasar el día fuera y aventurear, costase lo que costase.

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Navarro es un hombre que eligió esta vida pudiendo tener otra más lujuriosa. Vive humildemente en este pueblo, y nos ha dado todo lo que hemos necesitado.
Hoy hemos quedado con él para hacer un temazcal.
El temazcal es una práctica terapéutica maya, extendida por Méjico y Guatemala por lo que he visto hasta ahora. Se trata de un iglú de piedra, muy fresco por el frío, en el que se entra desnudo o semidesnudo con un grupo de personas. En el centro, se colocan piedras al rojo vivo, rojas de verdad!, y sobre ellas se va dejando caer agua hervida con hierbas medicinales (té de hierbas locales), generando un vapor y un calor casi inaguantables, pero purificadores.
Navarro nos cambió el té un par de veces, pero no entró con nosotros. En ocasiones, los maestros entran y dan discursos sabios sobre la vida, con recitales mágicos y ancestrales. Dentro, nosotros entonábamos tonos e intentábamos hacer algo parecido, cada uno consigo mismo. No lo grabé, pero no olvidaré el sonido de las piedras cuando ponía agua verde sobre ellas, en medio de la oscuridad.

Al salir nos esperaba una ducha fría y después otra caliente con el mismo té. La limpieza en la piel y pulmones podía sentirse, estábamos limpios y era temprano. Estábamos, de hecho, en el estado perfecto para lo que ocurrió después.

Navarro nos ofrecería una segunda fase de proceso purificador, pero ésta, más mental.

Con gran arte nos mostró unos hongos que los locales llaman derrumbes, envueltos en grandes hojas frescas y con tierra fresca y fértil en ellos aún: recién cortados. Hay una cultura en este lugar impresionante acerca de los hongos, que todos consumen por sus propiedades terapéuticas o alucinógenas. Todos estábamos de acuerdo en continuar nuestro viaje interior y seguir disfrutando de los elementos: fuego, agua, tierra. Ésa era la manera de hacerlo, limpiamente, limpios.

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Nos preparamos para partir. Navarro nos pondría a su disposición una gran finca de jungla virgen, y sólo nos dejaría caer por un sendero casi invisible que no tardaríamos en perder para estar en medio de la nada selvática, donde repartimos raciones y comimos nuestros hongos.

Tuvimos la suerte de encontrar un arroyo y sentarnos en el momento en que así, de golpe, la naturaleza despertó brutalmente a nuestro alrededor. Así empezaba una historia que no podría contarse aquí.

scott observa como despierta la naturaleza

Scott observa como despierta la naturaleza

Pero todos, básicamente, entendíamos todo el proceso natural, con júbilo, muy profundamente… Simplemente entendíamos todo. La importancia de cada una de las hojas, que respiraban, notábamos la savia circular como sangre; las que ya son polvo de abono en el suelo no eran menos importantes en el ciclo. La sobrecargada presencia de la Naturaleza, que nos observaba desde todas partes, en cada tronco, nos inspiraba tanto respeto que pedíamos disculpas al romper una simple rama a nuestro paso, aunque con muchas risas. Como animales, no encajábamos en el dominio vegetal de ninguna manera, y a veces queríamos convertirnos en plantas; el arroyo era el protagonista y nos llevaba jungla abajo, y queríamos ser peces en él y discurrir con él.

No tomé fotos pero ésta, de Scott, que salió así, sin retocar, representa muy bien nuestra aventura.

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Ustedes dirán que psicodelia, y yo no lo negaré. Pero lo que yo ví, estaba allí, siempre estuvo, y allí sigue, como en todas partes: palabra. Hacen falta los ojos!

5 comentarios en “San José y los derrumbes

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