Flores desde un árbol

15 agosto

No podía abandonar el entorno de Petén sin visitar Flores, el campamento base para la mayoría de los turistas que visitan Tikal. Yo aún no me podía creer que la gente se quedara tan lejos y pagara tours de amanecer, teniendo el camping que yo utilicé, como opción.

Había que visitar Flores y merece la pena: es muy gracioso. Una isla enana en una esquina más del lago de Petén, más al sur que El Remate. Una pequeña superficie y un escaso diámetro. Una calle principal de un sentido la rodea por el borde, y de ahí para adentro, preciosas calles rurales empedradas y cuestas que van todas a dar a la plaza central, en lo más alto, con un modesto parquecito, una iglesia no tan modesta y una inesperada cancha de baloncesto donde juegan los locales, super bien además. Lo gracioso es que es un lugar un tantito de risa para que estos profesionales jueguen, porque cuando se va la pelota, pues en fin… que es que se va calle abajo, al agua.

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El número de vueltas que le dí yo a esa isla es incontable. Empiezas y no paras, tardas tan poco que quieres otra. Y luego por el interior: intentar perderse, que es difícil pero divertido. Las calles me recuerdan a algunos pueblos de los nuestros, de los que quedan visitables, sus casas básicas, pero aportando alegría y colorido, estética.

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Estoy muy sorprendido con las gentes de la zona. Su deje al hablar, en esta área, es dulce y educado, sencillo y rural, pero muuy bonito. Y en el pueblo, con todo lo rural de esta zona de Guatemala, hay sitios modernos pero con gusto, y cafeterías o restaurantes encantadores con el mejor de los estilos. Y lo mejor es que se encuentran cafetitos de los de verdad, de máquina, que se echan tanto de menos por aquí… Lo que hace el turismo!

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Alrededor de la isla, unos embarcaderos perfectos para encarar el lago, y disfrutarlo con zambullidas en las horas más cálidas, adornan el perímetro. En uno de estos embarcaderos fue donde me pregunté ¿a qué edad dejas de hacer mortal hacia atrás?…

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Las noches las dejaba caer caminando y llegaba al hostal con ganas de ver a un notita pequeño y muy jóven, que al principio me pareció un flipado de la vida porque hablaba locamente de cosas dudosas, moviendo las manos y escupiendo onomatopeyas, pero que después dejó ver un conocimiento interior, producido por años de exilio de su casa, Honduras, y por retiros con diferentes monjes y experiencias místicas, que no tenía desperdicio. Viajaba sin pasaporte y volvía a casa después de 2 ó 3 años por Méjico, sin haber tenido contacto con su familia. Pagaba el barato hostal con lo que sacaba, cada día, de hacer unos malabares. Ganaba increíblemente mucho, o suficiente. Me motivó ver que le sorprendía mi interés por el cambio interior y me decía que yo ya sabía bien lo que yo buscaba.
Me enseñó a repetirme éstas palabras a mí mismo en las puestas de sol, pero fuertemente y no retóricamente, contestando a cada una de ellas muy esforzado.

-¿Quién soy?
-¿Dónde estoy?
-¿Qué estoy haciendo?
-¿Hacia dónde voy?

Y bueno… la sensación es que todo se hace más acogedor cuando sabes que estás con toda esta gente en una islita así.
Y las lluvias seguían protagonizando las tardes también aquí.

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La comida, en un comedor que era barato y que me gustaba porque tenían primero de sopa y segundo de carne. Me cuidaban bien desde que el primer día comentamos un mega poster del Real Madrid que tenían, cuando el dream team aquél. Pero lo mejor fue que una tarde quise ampliar, como siempre, mi percepción del lugar, y como no podía treparme a ningún lugar más allá de la placita elevada en el centro, me conseguí un ride en barca hasta un mirador en lo alto de un árbol grande, desde una orilla del lago. Así, Flores era aún más idílico. Con su perímetro de piedra y su iglesia en lo alto. Y mi puesta de sol, desde el ojo sabio de las alturas.

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Que si alguien quiere acercarse, sonaba así, gracias a un animal de lo más curioso cantando:

También se oían rugidos de mono aullador, lejanos, aquí.
Un bonito nombre para un bonito pueblo, pensé.

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